viernes, 29 de junio de 2012

Carta número 15

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                                                                      Esta foto la sacó Ayelén Rodríguez el 26 de junio. 10 años.

Después de diez años asesinado, vino a buscarte Darío. Vino a enseñarte el nuevo mapa de trabajo, lo traía temblando entre las manos como un barco que está a punto de anclar. Necesitarás tres vidas para ver el puente de cemento con que están techando el mundo convertido en arcoiris. No espero estar vivo para cuando las cosas cambien, te escuché decir un día, porque en cada una de nuestras manos se trenzan manos invisibles. Y te reíste, irreal, del pasado, ficticio, de futuro.
Darío entró a casa con el disparo en la espalda, el ojo de un pájaro desde donde se levanta la cruz de su barrio. La bandera chorreaba desde adentro, un puente con el color de la tarde que se apaga cercano a Buenos Aires. Era su último día en la tierra y sangraba en casa con  tranquilidad, a la espera de que vos vinieras, le tomè las manos, las manos que nos dan de beber la misa de nuestros pecados por èl santificados, su sonrisa, en el último instante infinito, era la tuya el día en que sentaste a Rogelio a upa, aquella tarde de invierno meado hasta la cabeza, como siempre, y le besaste los dedos sucios para que dejara de llorar.
Tiré de la bandera y comenzaron a brotar uno, dos, trescientos hombres, cuatro, cinco, seis calles repletas de codos. Venían calzados y descalzos, venían con ladrillos para levantar el sueño pretérito de a quienes les han quitado la posibilidad de ser niños, a cumplir con lo remoto y prometido. 
La vida ha pasado desde entonces en la pausada esperanza del trabajo, en la frenética costura del amanecer. La naturaleza se despeñaba naturalmente en el mañana, me detuve a observar a la paloma sentada sobre el nido que da a la ventana mientras el palomo le colocaba ramitas por debajo en silencio como preguntándole si está haciendo bien las cosas, el jazmín perdió las flores de vapor, descubrí que son las raíces por donde crecen las nubes, uno de los perros se fue y como nuestro compañero, quizá vuelva en años. 
Quieren arrojar a Darío hacia el foso negro de panteras que rugen de olvido. Se lo quieren llevar y nosotros nos colgamos de sus ropas alargadas por los niños que no nacieron aún pero ya hicieron de su remera pétalos de barro. Yo lo he visto ponerseme a la par en ocasiòn de una tarde, suele caminar por las calles donde la convicción levanta barriletes prohibidos y la política es una proyección microcrepuscular de paraísos desnudos. 
Quiza haya muerto un hombre. Su eco grita y en busca de una noche, sus caballos despellejados de ternura se levantan sangrando de alegría, Darío sujeta las riendas de la angustia planificada por domadores mimetizados, domesticadores de falsas convicciones. Nosotros lo sentimos gritar en la piel, antes que los perros azules laman la suela de sus propias botas, para volver a pisar la hierba que levantamos con el agua traída de bosques convertidos en desiertos. 
El olvido se encuentra detrás de las puertas que golpeamos, de cementerios ministeriales donde la escuela del silencio carga con tizas invisibles su fusil de funcionarios. Su amor por el violeta no les permite asumir el dolor en las rodillas de un país al que se le siguen cargando muertos. Y no es el violeta del atardecer. Cuervos podridos vuelan dentro del estómago de sus esqueletos. Y en la calle los colectivos pasan cargados de olvido.
No conocí a Darío, pero lo extraño y así lo multiplico. Parece que en política existe la ignorancia y la torpeza. Que la ignorancia corresponde a quienes hacen de la acción una mera locución, y la torpeza a quienes por el ejercicio de la acción se realizan en la ceremonia invisible de la entrega, porque es necesario descender con flores a los infiernos para afinar la voz desde los aullidos de silencio. 
Sí, no es sencilla la tarea de arriesgarse a cambiar de cabeza, comulgar en el desafío de sembrar la tierra con el pulso de las manos que no partieron el pan en nuestra mesa, nuestra mesa estaba limpia y aquí ya se dormía en pisos de tierra, aquí te quiero ver, me dijo una vez, soplaba el viento, su barba era una copa de árbol donde maduran los pájaros, en este patio de basura y poxirán donde se juntan maderitas para cocinar y alumbrar la luna, deja ya de rodar por el asfalto tu cabeza que habla sola y ponla a los pies de los cuerpos que habitan otro planeta en este planeta, deja de hablar, desciende, ven y verás que es como romper la piedra con los dientes, la impunidad del plomo que acecha la blancura de la sangre, guarda silencio y comparte tu pan. En vano, una cruz se levantaba lejos.
Darío vino a buscarte dspués de diez años asesinado. Vino a buscarte para enseñarte el nuevo mapa de trabajo, lo traía temblando entre las manos como un barco que está a punto de anclar. Somos los hombres y mujeres que descienden de su sangre. Ya estamos aquí. Traemos un puente de cemento con que están techando el mundo convertido en arcoiris. Lo guardaré en un sobre para cuando vuelvas, como tu cuerpo al fondo de mi cama a calentarme los pies, como palomas de pan, al pan. 

                                                                                                              Ana.

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