viernes, 13 de julio de 2012

La mujer que brotó de una catarata





Bajo el mármol líquido de la catarata duerme una flor de agua. Mariposas y pájaros persiguen su silencio, atraviesan el cristal que la protege, y entran al mundo. Hacia su centro inclinan su cuello los árboles talados; la selva se formó de esta manera y adentrarse en ella es participar de la procesión de plantas y vegetales que culmina en el corazón de esta flor llamada Potí. Hacia su centro además, los rastros de sangre de hombres y mujeres degolladas aún bajan por la catarata a vertir las risas de los hijos que no llegaron a nacer y duermen en sus venas.
Sobre el verde que se espeja en los ojos del yaguareté, pasea Guanumbí. Es siete de mayo. La flor, Potí, brotó un cinco. Las coincidencias son el resultado de deseos proyectados en el tiempo. Desde hace doce años Guanumbí se asoma cada siete de mayo hacia el borde de la catarata. Pero aquella noche de luna de diciembre, detrás de la roca próxima al árbol nacido entre las piedras, vio asomar el dedo de un pie. ¿O será la nariz de un ángel?, se interrogó. Le pareció ver también un seno y una rodilla. Es Potí, tiene que serlo. Son las pequeñas raíces de su ángel. Así, Tupí es la flor que duerme detrás de las voces del río y Guanumbí no puede besarla sin mojar sus alas y caer hacia el fondo de la catarata. Quienes logran ver la frente de un ángel detrás de las cataratas del Iguazú son capaces de leer las lluvias en los ojos de los pájaros, y en el rocío, los labios que sorberán a Yari-i, la yerba mate.
Cuando Potí era una niña su abuela fabricaba almohadas por las noches para que sus hermanos y primos no pelearan, pero Potí prefería no usar almohada y dormr sobre el tallo de su brazo izquierdo porque cuando los niños pelean las mariposas demoran su nacimiento y en lugar de abrir las alas por la mañana, lo hacen cercano el fin de la tarde, entonces los sapos padecen el hambre y el aire carece de tonalidad y aletas arrancadas del arcoiris. 
En las primeras noches de otoño, del siete de mayo al veintiuno de junio, Guanumbí soñó despertar en la cama que Potí tendía sobre su piso de madera. El agua mojaba los pétalos de sus pestañas y la voz de indiecita dormida en la telaraña petrificada de Yasí, la luna, lo perseguía durante el día. Siguiendo esta melodía había llegado esa mañana a orillas de su florecer, pero ya Araí, la nube rosada del crepúsculo, tendía su blancura sobre el colchón del río. El agua corría roja y el atardecer en su parto cortaba el ombligo de la tarde. Guanumbí temió no llegar a ver nunca el corazón de Tupí. Las flores de agua dejan caer sus pétalos más velozmente  que el vuelo de los colibríes sobre todo en otoño, cuando el río se torna amarillo.
Detrás de la catarata, frontera del otro mundo, Pitú miraba la ternura con que Guanumbí la observaba desde de la ventana recortada por la maraña de enormes hojas, solo en su selva como en su casa. Como Araí sobre el río, ella recostaba su cuerpo sobre las piedras de la catarata igual que una flor queda fuera del jardín que la vio levantar desde su tierra, o un ser prematuro nacido de una primavera postergada, Pitú reposa su cabeza en la almohada de agua que rellenaba su abuela con cuentos y leyendas que él escuchaba durante las noches que soñaba que dormía con ella, y se reía de sólo oír su voz como la tarde en que su padre lo llevó de una mano, su madre en la otra, a jugar donde ahora brotaba su flor de agua. Ya los pájaros trenzarían su silencio y los murmullos de la selva serían acunados en los brazos de los monos.
Al ver que Tupí no podría nunca crecer en la tierra y él no podría ser nunca pájaro de agua, rogó a Tupá, quien recubrió el mundo de tierra, lo transforme en mariposa. Dios te bendiga Guanumbí, dijeron los monos. Ñande Yara ta nde rovasá, Pitú, repitió Guarumbí, y se convirtió en mariposa. Y cayó entonces con la tarde, sus colores se volvieron lentamente de ceniza, de barro que corre donde la catarata duerme su voz colorada, de agua donde Tupí descansa su cabeza como si se tratase de una almohada.  

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