lunes, 21 de julio de 2014



Llega dos días tarde este romance para Santucho. Porque la palabra siempre llega tarde en la pelea contra el futuro. Primero está la impresión, luego la idea y finalmente el grito. Corriendo detrás de los sentimientos consumados, los razonamientos pendientes. Como la intención de visita de un amigo o de una amiga a casa cuando ya estamos en otra galaxia por escuchar al niño cañón que necesita parirse nuevamente en otra tierra. En el único país donde las personas son mas fieles que los perros. Podría llamarse Isla Ternura pero se llama Cuba. Porque el capitalismo envejece todo lo que toca. Menos los instrumentos acústicos, el cuero de los perros sobre el patio en verde repetido del amor bebé que te pedí. Pero eras demasiado joven, tenías el pelo rojo corazón y yo cabrón, buscaba un hermano perdido a quien no olvido. Se llama Ramiro. Sangrábamos además por aquella época un proyecto político. Ya sé. A eso le llaman tiempo. Y la vida se trata de que por siempre nos encontremos ayer pateando el mañana. Pero para saber vivir, es necesario herir las calles con ese sentimiento de muerte acechando los minutos, los sueños y las amistades.
Sólo observarte Santucho, las once las balas dentadas en la lengua de tu cuerpo. Antes, tus zapatos habían llorado tierra por el asesinato de tu compañera Ana en Trelew. Aún late aquel viaje planificado a Cuba escondido entre tus párpados, es una alegre lágrima de arena. Salada y comprensible. Pero no por olvidarte sino por contarte que desde hace días aquí en Argentina los muchachos se coagulan. Porque nos faltan Santuchos y hemos perdido la fórmula para crearlos. Esos seres que vierten la sangre intensamente en cada compañía. Su historia de hecho, es una narración a punto de convertirse en un cuento. Su muerte fue un 19, y cada 20 el sol grita día del amigo que es decir soledad. Soledad que poco tiene que ver con los nombres de los 395 miembros de la Juventud Guevarista encontrados en tu valija de cuero. Cargados bajo tu piel.