lunes, 30 de junio de 2014



Pedido a M




Para darle a la muerte en los dientes con la rodilla
la piel firme en la tierra y un escopetazo de semillas
pedimos a Dios así no exista sea capaz de inventarse
con tu sangre un mar dulce de alfalfa y rocío
donde mojar el pan y dárselo a las palomas

por el niño por el padre por la tinta en tu mano agazapada
aún pendiente de escribir cartas en el viento
con el fuego amasado en los ojos la lengua dulce y urgente
la piel tensa echa bandera sostenida con las venas
por las calles inconclusas a la espera de tu vuelta

convocamos a los pájaros de tu médula materna
no dejes de ser remolino de dientes y carcajadas
sin montura en medio del llanto y el infierno cotidiano
te pedimos con el cuero afónico por tanto grito interno
te levantes e internes en el bosque de abrazos que te espera
lo reverdezcas con tu semilla y fortalezcas con tu madera.    
 

jueves, 19 de junio de 2014






Una cubana de acento Francés


El sol disparaba sus primeros rayos de tinta hacia el interior del cuarto. Mercedes se había ido, era una evidencia en el jarro debajo de la cama donde tres saquitos de te, desfallecían opacos y retorcidos igual a peces de tela traídos desde París ahora por siempre en el mar de Cuba, la guitarra de Yenier cargada contra la pared siempre al borde del disparo, un taper con restos de azúcar, piña y pera junto a con un cuchillo a devolver obligado en la cocina, mas algunas velas de la noche anterior finalizada la misa de inauguración de la biblioteca. Con sólo una botella de ron, un libro, una guitarra y un par de frutas, los cubanos enseñan  a transformar la vida en una ceremonia.

Su equipaje era la palabra.  La mañana en que Mercedes partió hacia Francia con sus relatos y narraciones orales en la valija de su boca, las sábanas amanecieron de papel y el silencio parecía haber salido de un libro. Una vez más, el día era una biblioteca de historias sorpresa y el silencio una ausencia que subía y bajaba por las escaleras despertando ranas y asustando lagartijas . Como El ojo del canario, aquel film por donde se pasea la vida de José Martí, el sueño del arte cuidaba las tres torres del Conjunto Artístico Comunitario Korimakao donde cada madrugada, morían y resucitaban los artistas una vez finalizados los ensayos.

“La necesidad agudiza el ingenio”, había escuchado decir un día a Karina, de profesión Crítica de arte, en su casa de La Habana en el barrio de Playa mientras hacía la comida, luego dar un paseo, y visitar de paso una librería de arte para echar un vistazo, no vaya a ser alguno de sus libros había sido vendido y se le pasara por alto. Sólo unas semanas fueron necesarias para descifrar, en el laberinto de dificultades y fronteras cotidianas que separan a los turistas del pueblo cubano, que además de agudizar el ingenio la necesidad afina las teclas del alma.   

Mercedes fue un ángel que aterrizó en la puerta de una de las aulas destinadas para el armado de la biblioteca de la Compañía, cuando aún no sabía cómo darles orden a cerca de mil revistas. El pelo enrulado y oscuro como el misterio, la piel tirante y dorada bajo un vestido rojo de flores blancas. Aquel día sospeché, existen personas que saben cuándo llegar a la vida de los demás. O quizá la vida sea una estantería donde los hombres y mujeres que se conocen en el camino, son como libros leídos o discos escuchados pero donde algunos, sólo algunos, se vuelven inolvidables por ser leídos en el momento justo.


La misma noche en que llegó a la Compañía, de improviso organizó un encuentro íntimo de narración oral en uno de los tabloncillos de teatro. Entramos descalzos como era la regla del tabloncillo, y rodeamos a Mercedes sentados o con el ombligo recostado en el piso de madera. Estaban Lisandra, Yanquiel, Hueso, Richar, Damián, Daymara, David, además de otros hijos más de Fidel. Porque más allá de su inquietud o desinterés, amor o fastidio por la política, los cubanos y las cubanas terminan diciendo "Fidel es como un padre." 

Cada cual a su turno contó una historia. Recuperé en aquel momento algunos recuerdos perdidos en el Jardín de Infantes, ciertos colores y amigos en la niebla del largo camino de los años, además de los libros en casa leídos al borde de la cama y el sueño junto a mamá comprados por papá. Tuve la certeza de que en los libros y discos escuchados en casa se aprenden las primeras letras de la palabra curiosidad, imaginación e interrogación. Juro no había prestado atención antes al importante papel que ocupa en el mundo la narración oral. De acuerdo a cómo Mercedes abría y cerraba los párpados, el relato se tensaba. Un dedo en el mentón era capaz de poner en duda el brillo de las estrellas. La intensidad de su voz enervaba o acariciaba la sangre. Entendí por qué Cuba es una novela surrealista. Por qué los cubanos al hablarte te ponen un anzuelo en la boca llevándote a pasear por donde quieren. Por qué el valor de la palabra es un soldado perdido en una isla que resiste en el derrotero del mundo. Confirmé también que las cosas son como te las cuentan.


En el patio sembrado de palmeras la noche respiraba salud, y como cada noche quise telefonear a Paloma para agradecer el haberme depositado en aquel nido que es Korimakao, sin hacerlo por respeto a su novio pero más a ella. Con la ternura en el pico y la buena pluma en el ala, Paloma sobrevoló y presentó durante meses decenas de papeles en Institutos, Facultades y rincones para tener poder trabajo y residencia en, quizá, el país con la política migratoria más estricta del planeta. Así logró dar con Gretel, compañera, amiga, guía y trabajadora junto a Edu, del grupo de Comunicación Korimakao.

Desde el diario literario “El Caimán Barbudo” hasta la revista de teatro “Tablas”, Cuba cuenta con una infinidad de revistas literarias frente a los escasos tres o cuatro periódicos políticos que por su contenido podrían ser uno solo. Mercedes dedicó dos mañanas de su corta estadía en Cuba no sólo a ordenar revistas. Con sus enormes ojos verdes y su diminuta boca pintada de rojo, sugirió dónde debían ir algunas postales del país pegadas en la pared. Sus manos abrían ventanas y colores de papel. Ubicó con precisión ciertos libros de colección a modo de portada en cada una de las repisas, recolectó algunas botellas de ron vacías donde colocamos dentro algunas plantas con agua, recortamos fotografías de obras pertenecientes a pintores cubanos, y entre otras travesuras hizo traer dos masetas robadas de la extensa galería de la Dirección.

-    Esos libros debemos ponerlos en cajas y sólo para consulta- señaló con la cabeza haciendo alusión a unos doscientos libros sobre marxismo científico y economía política en uno de los estantes.
-  ¿Por qué?- consulté con cierto fastidio, pues me había consumido media mañana separarlos, ordenarlos e inventariarlos.
-       Porque estos muchachos y muchachos no los leerán, son nacidos después de la caída del Muro de Berlín, y porque esto es una compañía de arte. No se debe ocupar espacio con adornos que no tienen ningún sentido. Quédate tranquilo, yo misma hablaré con Yandel- dijo refiriéndose al director con una sonrisa.


Mercedes había tenido un romance con Silvio Rodríguez. Había conocido su puerta, su cama y su mesa. Era además de narradora, actriz y traductora. Este último detalle la había acercado al mismísimo traductor de Pablo Neruda. Cada vez que Mercedes pronunciaba la voz, su historia era un animal que se despertaba para latir con esa emoción incontenible a orillas del llanto. Esa emoción de los hombres y las mujeres cuando logran comprender que se encuentran de paso, pronto deberán irse, este viaje es corto y no se puede malgastar en malos momentos. Ninguna otra circunstancia pudo habernos conectado.  

La mañana en que nos conocimos, mientras ordenábamos libros y cantábamos algunas de las más de quinientas canciones compuestas por Silvio, dijo “tú has hecho en Korimakao lo que tantas veces  he soñado en cada una de mis visitas y debemos inaugurar esta bilioteca.” Entre otros imprescindibles, compró una cinta roja. Antes por supuesto, el ron. Fue puesta de lado a lado de la puerta y colocó en mis manos la tijera. En un rito de iniciación, pronunciamos unas palabras. Entonces cortamos la cinta con Daimara, Ale, Claudia, Yésica y Suraimi, quien cantó esa noche escoltando el piano de Yoxiel. Leímos poemas, tocamos canciones. El resto aplaudía. Verónica, la única actriz argentina en Korimakao, leyó algo de su puño y luego lloró secándose con las muñecas. En mi caso me salvó la certeza de que al día siguiente, tendría por un año al menos la rodilla en aquella pequeña isla dentro de otra isla. 

La semana anterior había experimentado algo semejante en la plaza del pueblo. Fue durante la noche de gala por el natalicio de José Martí. Yolanda, la promotora cultural del pueblo que apadrinaba al grupo de niños y niñas llamadas Las Estrellitas del sur sur, casi me obligó a leer poemas cuando le dije tenía algunos escritos. Leí entonces por primera vez en la vida algunos de ellos. En Cuba se está obligado a ser uno mismo. Lejos del consumo es difícil caer en al simulación. Como es fácil enamorarse de Cuba, y en la vigilia soñar con regresar hacia esa mujer con cuerpo de arena y cabellos de sal. Es sabido al andar sobre su cuerpo el llamado entra por los pies.

Pasaron tres meses, y aún llevo un pedacito de cinta roja en la muñeca, la cual corto a medida que se gasta para volverla a reponer, en una de las manos con que a diario saludo, sirvo la comida, acaricio los perros, rasco, leo, abro los discos hasta escuchar a Benny Moré, “cómo fue, no sé decirte cómo fue…”, aquella mañana en que abrí los ojos y vi pasar a Verónica rumbo al cuarto de Yenier para dejarle una carta sobre la almohada. Luego me levanté y vi los restos de Mercedes que me había llevado al cuarto, las velas apagadas y sus palabras por siempre encendidas en el aire. Caminé hasta su habitación con esperanzas poéticas. En el camino empujé la puerta de Yoxiel, el director de orquesta de la Compañía, quien dormía abrazado a su novia Lisandra como a su piano eléctrico. Su negrura era una sombra entre sábanas y piernas, un agujero de ternura sin fondo. Un hombre de pocas palabras. Mercedes ya no estaba, se había ido rumbo a Francia, en dirección a su marido y sus hijos llevándose a Cuba entre noches de danza, actuación, música y palabras. Llevándose a Korimakao. Al día de hoy sé que no ver más a Mercedes fue perder a un hermano, con la esperanza de algún día entre poemas volverlo a encontrar.
          

martes, 17 de junio de 2014

Padre patria, perdón por esta inconformidad. Confieso estoy desenamorado de tu ideología. Pero interpreto ser correcto con la persona que se ama es peor que mentirle a la tierra. Perdón por no poder ya ser feliz en la ignorancia intencionada. Debía salir del oportunismo y lanzarme hacia la libertad por respeto a la palabra, sospechar de mí para aprender de los demás. Porque primero está el mundo, luego crecer. 
Hubo un abrazo, una caricia tatuada en un lenguaje incomprensible para quienes no están en nuestra piel que empujó a abrir las alas y romper con la sangre y con la tinta. Como los árboles rompen las baldosas cuando el hombre intenta encerrar sus pies. Sólo quiero decirte que alejarme de tu estación fue dar con la madera. Dijiste vida y escuché libertad. Cometiste el error de darme el verbo azul. Un par de circunstancias lo volvieron rojo.