jueves, 5 de abril de 2012

Carta de Ana número 4




Ernesto, sé que estás despidiéndote del río, que no te quedan muchos domingos de sol para subir los perros al auto felices como chicos y revolcarte con ellos en el agua, gatear hacia la orilla y quedarte bajo el sauce mas cercano bajo el azul de la sombra con el agua hasta el cuello. Sé que te pierde naufragar la vista en el horizonte recostado en la arena.  Los perros son ángeles en el funeral del pasado verano donde moriste un poco. Los acariciás con los ojos cerrados, inspirás el aire lleno de pájaros y lo  imaginás que corre blanco y limpio por detrás de la nuca, baja por el centro de la columna convertido en un tronco florecido, las hojas de la infancia despiertan en tu memoria y se ahuecan igualito a cunas de recuerdos por nacer años atrás. Los recuerdos son historias al borde de nacer. El aire llega hasta debajo del ombligo en la zona del tantiem  y al exhalar es negro, oscuro.
Deseás que la arena te trague. Quisieras tener,  a lo sumo, los conflictos y problemas  que puede cargar una almeja. De pronto, te levantás y corrés en dirección a la luna incendiada de media tarde por la costa hacia el infinito, detrás tuyo corren con caras de locos los perros dispuestos a atravesar selvas, riachos, pueblos y olvidos, como si la mujer que te comprenda hubiese aparecido o estuviese cerrandandose lejos la cortina que da al paraíso.
 En tu última carta contás que estás refugiándote en tus perros. Me gustó la idea. No en tus perros sentimientos que por lo que escribís se han domesticado bastante. Sé que tenés una fobia hacia lo humano que hace que te pique el cuerpo como si tuviese pulgas cada vez que alguien enciende el televisor. ¿Seguís así?, ¿todavía al caminar por la calle te extraña que las personas tengan manos, nariz, ojos, orejas y pelos y te descomponés como si caminaras entre marcianos a quien vieras por primera vez? Hay quienes te aceptan loco como sos. Porque vos sos uno de esos chiflados que crecieron pero el tronco es aún de niño. Que ni bien se te conoce es inevitable pensar este tipo está loco y por el modo en que abraza a los hombres es seguro homosexual. Y en realidad después uno cae en la cuenta que lo que a vos te ocurre es que vivís enamorado y aceptarte como sos es adentrarse en el amor de perro a perro. Como ellos, sé que no tenés cálculos. Y así te va. El trabajo te queda a ocho kilómetros y vos preferís ir en bici en lugar de sacar el auto, que sos un romántico que de camino al trabajo te parás a escuchar conversar los venteveos y te reís solo cuando pasa alguna vieja porque escuchás que gritan bichofeo.  ¿Seguís enamorado? Sólo a vos se te podía ocurrir dejarle en el parabrisas una bailarina de papel o entregarle una carta de amor con una flor pegada dentro. Dijiste que no la habías leído una vez terminada. ¿Sabés en dónde debe estar la carta esa no?  Sos una víctica de la moda. Ya nadie escribe cartas, date cuenta de una vez por todas que aferrarte a la tradición históricoromántica te pone en ridículo. Sos tan estratégico para espantar el amor... Pasó mas de un año y continuás empecinado en que nadie interrumpa tu domingo de lluvia por la tarde. Te conozco y sé que cuando te enamorás te casás con la soledad durante meses. Que no sos vos. Te reís todo el tiempo pero sos capaz de perder la sonrisa cuando ella aparece y después andás como un trompo porque haya aparecido. Le dedicás desde que salís al pasto mojado a darle de comer a las gallinas hasta cuando buceás en el mar de hojas para juntar las nueces del patio. Si es cierto lo que decís de que nunca pudiste imaginartela desnuda, entonces lo que te ocurre es sincero. El amor no naufraga en la superficie. Como tu mirada cuando te recostás los domingos bajo el sauce en la orilla del río, el amor se te cae horizonte adentro.  
Quisiera abrazarte a la distancia. Quisiera que sepas de mis manos como lo saben tus perros. Tanto te reclaman, tanto te merecen. Sé que esos perros ven a través de tus ojos. Aprendí de su mirar callado a amarte sin valerme de palabras y nombrar lo indecible con una mirada, a reconocerte en el temblar de mi cuerpo con tu llegar que amanece y a aferrarme a tus piernas frente a un mundo que no quise. A quererte más de lo que te merecés. Porque los perros nos quieren mas de lo que somos, eso es claro. ¿Viste qué cómico que te vas cinco minutos hasta el almacén y cuando volvés parece te hubieses ido una semana por cómo te reciben? Por lo general las personas estamos limitadas para amar más allá de la diferencia. Los perros no tienen la patológica manía de medir el cariño o fijarle al amor un horario. El qué dirán no los preocupa demasiado. Tenemos suerte  en no saber lo que es vivir para alguien desde el principio hasta el final o del el hocico hasta la cola. 
Viniste de visita una noche a Buenos Aires. Saliste de la estación de 44 y el Negro corrió detrás del tren hasta confundirse con una luciérnaga. Pensaste que iba a remontar vuelo. Volviste dos días después y aún te esperaba en el lugar. Viajabas con el perro a dedo hasta Juárez sin importarte el tiempo ni el camino. Pasaron diez años Ernesto y al borde de los ojos avellana está empezando a hacer hueco la vejez. Un  mediodía nos siguió como siempre, a media cuadra de distancia por la vereda de enfrente y apareció cuando estábamos por subir al colectivo y se quedó con cara de por qué me dejás y se te fue entre lágrimas hasta que se hizo atardecer. Pero cuando se llora nunca se llora por una sola cosa. Las lágrimas lavan desde adentro hacia afuera en dirección a la mirada, a veces no alcanza con escarbar en busca del corazón como si fuese un hueso, sino al revés. Siempre mi vieja me decía llorá Ana, tenés que llorar si lo sentís, no podés masticar, tragar y guardar adentro. Y me abrazaba y yo ponía el motor en marcha y entonces no podía parar. Después, me sentía como curada, como cuando me sacaba las ganas de andar en calesita. Y así es que me convertí en la mujer feliz en que estoy. Porque la felicidad te la trabajan desde niño animándote a montar el caballo de la expresión. Una vez al galope, solo uno sabe lo que se esconde detrás de los sentimientos sin montura.  
Uno acostumbrado a que le diga "chau" la gente y el Negro que pestañeaba. Ese día en la terminal me quedé pensando en el silencio. No adentro del silencio en el que se mete uno y ya no puede salir y ve el mundo igual que un extraterrestre como a veces a vos te pasaba con las personas. No yo adentro del silencio. No no. Sino en el silencio que se abre entre dos seres necesarios entre sí, entre vos y yo que en este momento pareciera que hubiese un perro.¿Y Violeta? ¿Cómo anda Violeta? Siempre que te veía agarrar el bolso se quería ir con vos no importaba donde. Te ponías a hacer el bolso, ibas a la pieza y cuando volvías estaba sentada arriba de los pantalones con el cierre al cuello. Tiene un corazón del tamaño de un nuez pero se mete a todo el mundo adentro. Sé que cuando estás callado andás navegando en él. ¡Y dibuja en el aire una sonrisa con la cola que en vano espero algún día me crezca! Por ahora solo intento burlarla con la boca pero no es tan sincera ni  precisa.¿No te parece que los perros son quienes no podemos ser y no nos permitimos? Hay miedo al amor. También infidelidad. Individualismo, en fin. ¿Vos te creías que el capitalismo era tomar coca cola? No Ernesto. Pero si se puede aprender de las palomas el amor al nido, por que no la fidelidad de los perros. Los hombres tendrán vedado por siempre la entrega sin mediar intereses, engaños o mentiras bien a lo perro, sin reparos morales como un invento para sostener falsas excusas. Que la moral, que los valores... y después te  abandonan. Se vive en un mundo donde cada vez que se compra un perro hay otro que duerme en la calle. Sé que te hubiese gustado siempre comprar uno y tenés sin embargo los que fuiste encontrando.Con mi perro leemos tus cartas juntos al regresar del trabajo. En esta, quería contarte de mi y terminé en tus perros. Azarosas coincidencias. Me despido moviendo la cola y ladrándote que vengas a visitarme. Extraña tus ladridos, 
                                 Ana. 







P.D: lindo saliste en la foto.

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