martes, 17 de abril de 2012

Carta de Ana número 6


Un eco que alguna vez fue un hombre. Un galope que ha perdido su caballo. Tus monos desnudos trepan por mi playa y sacuden las palmeras con que salgo a juntar leña para fosforecer la luna por orden de mis dos ovarios planetoides. Entre sombras y arenas urgentes olvido la vejez y proscribo la muerte. Mi vagina es una pitón que traga hombres enteros para escupir luego el pelo, las uñas y los dientes. No hay color ni termómetro que pueda ser capaz de medir esta fiebre.
 

Tengo que escribir un ensayo Ernesto y este sería el comienzo. Sé que es tormentoso,  perverso, y en exceso literario. Su contrario me conduciría a una sociología (del enfriamiento) y cuyo título se acercaría a Plática y práctica sexual o Didáctica del acontecimiento sexual,  con las variables y regularidades condicionadas del orden de lo colectivo. La acción sexual puede ser social,  pero la experiencia es mía. 
Te tiro algunas líneas como quien arroja un calzón, sólo te pido que intentes editar el texto sin juzgarme. Espero sepas disculpar el caos, sé que extraer ideas de un texto semejante no es sencillo. Pero ya no somos semejantes y estoy segura podrás ser un poco objetivo. A pesar que éste no es un texto escolar como los que estás acostumbrado a editar y corregir, hay mucho aquí de mi tránsito por tu escuelita de formación. Quisiera te detengas especialmente en ciertas aserciones como las que se mencionan sobre el final, que a mayor amor mejor orgasmo y que conversarlo es conocerlo, conocerlo es mejorarlo, etcétera.
Coincidamos al menos en que la carne no admite caricias retóricas y no es tarea fácil hablar de sexo sin acabar en el prólogo o masturbarse con una autobiografía. A esto se debe sumar que para un ensayo de amor esta hoja blanca es una sábana vacía y carezco además del abc de los materiales: un colchón (o mejor dicho una parrilla), una silla, y una mesa para saltar de la silla a la mesa, del colchón a la silla, los dos prendidos del ombligo botella de vino en mano.
Poco hay en esta vida que no sea aprendido por pretensión o con intenciones de enseñanza. Una es el sexo, otra los sentimientos. Las diferencias entre ambos obedecen al orden del prejuicio. El sexo se aprende de manera autodidacta por la tríada curiosidad, sensibilidad y reflexión como herramienta. Todo el mundo dice y hace amor,  hace amor y dice sexo. Mas que hacer y decir, siente. (A propósito, sabés que me gusta hacer el amor pero también coger un poquito. Creo que esta tierna y calentona palabra cuelga de dos piernas trapecistas porque abraza y calma con inquieta suavidad sobre una red de ilusiones. El revolver del sexo y su disparo semántico apuntan en tu dirección Ernesto. Tengo dos bocas urgentes en un mismo cuerpo y a besos de distancia, dejame te diga nada me enredaba más que me besaras por aquí arriba y te arrastraras luego hacia allá abajo. La fiebre entre sombras endulza los aromas. Los matices, se condensan en volcanes igual a versos por desnudar.  Te conozco Ernesto y sé que te gusta reírte mientras hacés cochinadas, que te reís del cansancio incluso como un niño en un inflable rodeado de jirafas, la memoria de mi cuerpo se desata en lenguajes geométricos dentro de tu pelotero. Tus dientes en la parte trasera del cuerpo y tus manos presionando sobre la cintura hacia atrás despacito, sin apuro, se abren mil caminos).
Lo fascinante, lejos de lo explícito, es lo que esconde un fenómeno de cuya impaciencia no se salvan siquiera los gorrión quienes se entregan cual niño entre las piernas.  Como  imagen auditiva, la palabra sexo es un verbo a vivir. Nombrarlo siempre es motivo de antojo, deseo, esperanza temblorosa de que en lo posible se concrete como el vino en un color, la punzada en la flor y la boca entre las piernas, el agua llama a la sed y la piel con piel se cura; en principio o al final, nos sostienen temerosos anhelos de verdad y la tonta certeza de que el amor no se reduce al pataleo.
Si bien el sexo en la pareja supone diálogo sincero, vincular, que reeduca al encontrarse, la palabra sola no calma, mas bien incita. El sexo no supone el diálogo, pero necesita de él para acortar caminos, porque se lo seduce y desnuda desde la palabra. Por lo que se lo descubre en la confianza; por momentos en la del hacer y otras en la del decir, a pesar de que siempre detrás de cada palabra se esconda una indecible realidad. Por esto abordar temáticamente el sexo en la pareja tiene un valor agregado: es pedagógico y formador. La contemplación soterrada en la interrogación, secreta amor y compañerismo, sinceramiento y humildad. Y en este trabajo de correción y reescritura sexual, debemos ser prolijos para una superación donde la fundamentación teórica cede cuero al ejercicio. No existe otra manera de apropiarse del placer que nos comulga y la fiebre que nos sana. Por eso se vive y para eso se ejerce, porque como a todo aprendizaje o teoría le es necesario un campo de aplicación práctica. En consideración, nada más educativo que aprender haciendo. Lejos del cógito cartesiano "pienso luego existo", existo primero y pienso luego para luego sí retornar al existir, momento donde me creo y recreo, constituyo más que regulo como sujeto sexual. (En estas últimas tres líneas se expresa la fundamentación teórica que mencioné al principio, tan lejos de lo que me atacaba en la planta de los pies con tus masajes después de cada vez. Perdón, continúo).
Debo plantarme además en el silencio y la suposición acerca de lo que el otro necesita, si bien esto en ocasiones signifique privarme de la posibilidad de compartirlo. El diálogo como reflexión acerca de la práctica, no solamente la problematiza sino además rescata de su estatuto de verdad última. La experiencia se organiza desde el pensar y este acto se realiza en la palabra. (Tus preguntas siempre me hicieron feliz, tu tardío terminar para yo poder repetir mi alegría en el temblor que ya sabés. Vos sabés mucho de hombres porque sabés cómo tratar a una mujer. Tenés además el poder de oír con la yema de los dedos). 
Nada mas sano que dispararlo temáticamente en la pareja. Conversarlo es conocerlo, conocerlo es mejorarlo. Como las manos despejan a la piel de toda ropa, la palabra sana de toda duda.
La mejora que se menciona con antelación potencia el placer. (¿Qué decís?, ¿te parece debo profundizar en esta última palabra? ¿Coincidís en que a mayor amor mejor orgasmo?) A mayor amor, mejor orgasmo. Porque el sexo para vivirlo plena, profunda y sanamente necesita de confianza, o sea de amor, y que no puede separarse de la vida si quiere ser dada. Y esto es lo más importante que el otro puede tomar de uno, la entrega sincera, el cuerpo que se toca y el alma que se anima cuando se pulsa donde se debe. (Ojo que no hablo aquí del botón de la confianza, quien tiende una mano segura para que anmándome me sienta amado y amante). Los que se conocen se aman y  tejen telarañas de vapor alrededor de las alas del otro. Liberado a la confianza el cuerpo habla sin palabras.
             
Cómo cuesta nacer de nuevo en otro cuerpo Ernesto porque para amar de nuevo, para amar es necesario renacer, amar y danzar una coreografía que se anticipa a los compases donde la música del hacer es querer decir. 
Decir. Ese desnudar el deseo con el objetivo de conocerse donde obsequiar es compartir.

Te repito, espero sepas disculparme el enredo, pero es cosa de piernas. Sé que extraer ideas de un texto semejante no es sencillo. Pero no somos semejantes y estoy segura podrás ser lo suficientemente imparcial. A pesar que este no es un texto escolar como los que estás acostumbrado a corregir hay mucho aquí de tu emplumada y cuadrilátera escuelita de formación.

Acerca del compartir, doy gracias al dios del amor de poder aún compartir(te). Extraño tu piripipí y tu cantar recién levantado.

                                                                                                                                      Ana.

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