martes, 29 de noviembre de 2011

Poder sin palomas


… y que le voy a hacer si me falla alguna pieza por creer que la belleza no se rinde ante el poder". E. Aute.

Se escribe para describir o se escribe para transformar. Vistos desde esta perspectiva, el poder y el arte resultan irreconciliables. En tanto para sostener el orden el poder trabaja por el  consenso, para lo cual es necesario la igualación del significado, el arte trabaja con el sentido de lo disperso.
Los límites para la construcción de un espacio social más humano que dispute las imposiciones de sentido que ejerce el poder sobre la realidad, incluye el poder de decir lo que se debe y puede decir. Nuevamente, estas imposiciones recaen sobre el orden del significado y de la forma bajo la que éste ordena el mundo.
La poesía, en contraste con el poder, ni siquiera comparte su modalidad de hacer discurso, que se manifiesta como texto, y que es la manera en que se nos enseña el mundo desde muy niños. No representa al mundo de manera lineal. Su estructura, al igual que las artes visuales, es un cuerpo que se extiende en el espacio y no en el tiempo. De aquí que se reduzca su lectura del mundo a pura imaginería, aunque el mundo así como gira se haya reducido a un conjunto de palabras y angustias que al poder no duelen y por lo mismo le es imposible cambiar.
El poeta se ha caído del mundo, enamorado del aleteo de las hojas y la mirada de las palomas, del amor crítico y virulento, mas nunca ordena qué es lo que se debe pensar; elige otro barro con qué levantar los sueños y las voces, las palabras de primavera e historias de invierno que inventan los hombres. Un trastocador de sentidos que trabaja más para la belleza que para la corbata, con un lenguaje y una estética difícil de penetrar en la racionalidad del poder, de templar su sensibilidad.
No se debe afirmar sin embargo que para torcer esta realidad de piedra baste con cambiar o reordenar algunas ideas. Pero un buen principio puede ser comenzar a leer y reescribir el mundo con el carbón de los lápices por incendiar nuevos árboles. 
No hay un lenguaje mejor elaborado que aquel que se realiza en miras a la satisfacción de necesidades para las que fue creado. Pensar que un lenguaje es “mejor” que otro, moderno o primitivo, evolucionado o superador, equivale a masturbar al poder con su juego perverso. Entonces lo fenoménico se resuelve en términos absolutos, blanco o negro, atrás o adelante.
No se puede omitir la maquinaria cultural puesta a naturalizar una forma indistinta de abordaje para contenidos diversos u objetos distintos. El modo en que se los comunica condiciona la articulación y enlace con al realidad. ¿Qué dispositivo permite que una reforma laboral sea expresada más claramente como informe que como poesía? ¿Qué mecanismo nos hace pensar que el informe es más serio, verídico? No puede ser otro que su gramática y, antes, su asiento en la historia. El hombre se rige por reglas y de las reglas depende el significado. 
Sin reglas, el hombre no es más que un lobo devorador de mundos, un pirata fabricante de sirenas. Sin la imposición del significado sobre la realidad los objetos del mundo nos desbordarían, los hombres con sus atribuciones de significado no generarían mas que caos, cero consenso.
El poder, se dice, está en todos lados. Se han cansado de decir "el poder es microfísico, capilar". Y eso lo despersonaliza. ¿Entonces no hay responsables? Pongas a éste o saques este otro, no cambia nada. El poder no tiene cara. El poder regulador de la realidad se representa mediante textos, conjuntos textuales estructurados, llámese crónicas, informes, gacetillas, anudadas en el tiempo, acumuladas a lo largo de la historia. Redactadas por sujetos. No por poetas sino por sujetados.
Las instituciones con sus textos no poetizan la realidad, mas bien la tuercen y, al realizarla, la desrealizan hasta la costumbre. De hacerlo, se vería trocar un lenguaje por otro, dispersar el sentido, compartirlo, humanizarlo. Lejos del armado del texto, que "apunta" a lo literal pero "dispara" a la metáfora, se deberían metamorfosear los usos del lenguaje naturalizado. No se trata de inventar un lenguaje sino de "entrarle" por otro lado, así con el amor y las relaciones humanas, darle su propia impronta, echar raíces y alas al estilo; cada cual tiene sus colores, sólo hay que saber combinarlos, nadie enseña a los niños a ordenar los colores y sin embargo los armonizan naturalmente al no prestar atención a cómo se comporta el resto.
Describir es conservar. La importancia que otorga el poder a la forma descriptiva del uso del lenguaje cuando no a su función transformativa, no se debe a que la realidad se exprese o hable mejor a partir de "ese lenguaje”. La realidad carece de lenguaje cuando no de metáfora. Si así fuere, no habría en el derecho cosas que están puestas del revés y que sólo situacionalmente, en la sala de un juzgado por ejemplo, pueden redireccionarse.
Es que el lenguaje formalizado, limpio, claro y distinto, sin ruidos en el significado  y fantasmas en sus imágenes, pero también sin pájaros ni lluvia, carne ni sangre, se parece bastante a la televisión; tiende a reducir todo a su propia naturaleza, y al presentarse como un medio y no una herramienta, dice clarificar, “representar”. Supone que a mayor desentimentalización, mayor grado de objetividad y transparencia. Entonces “lo que no se dice no existe”; desde luego, siempre que no se respeten las reglas impuestas por lo que se considera el uso “adecuado” del lenguaje. Ocurre que alar palabras, soñar con otro mundo o escuchar el llanto de las palomas en la risa de los niños no es para cualquiera. Al menos para el poder así como está.

                                                                                                           2006

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