martes, 6 de diciembre de 2011


La flor del cactus se cerró para que no se le meta la luna dentro. De regreso contaron las estrellas que titilaban en el piso, recostada la sombra, escucharon los grillos silvarlos desde la misa de rosarios trazados en la altura. El silencio iba detrás de sus voces y ellos detrás de un borracho que pateaba un bombo. Los besos retumbaban en el parche del cielo. Pasaron riendo sobre el puente donde en lugar de agua corrían mulas tristes. Algunos chicos rompían piedras buscando  pecesitos esqueléticos que habían quedado boquiabiertos por ver la lava llegar miles de años atrás. Los tomaron entre las manos, en el aire, aletearon las primeras gotas de lluvia violetas, verdes y azules. Al llegar a la primera esquina la cuadra estaba inundada, treparon al tapial, las colas al cielo, y corrieron en cuatro patas hasta saltar al otro lado de la calle. No encontraron un hotel  y en el camino afiebrado de la noche, los árboles cuchicheaban con el viento. Las lechuzas que los vieron pasar los recordarán por siempre. En la redondez de sus ojos durmió aquella noche la cuna del niño que podrían haber tenido.
Se sentaron en las plazas donde habían querido besarse y no habían podido, por simplemente burlar el destino, los músicos tocaban canciones que iban a escuchar años después rodeados de velas eternas y vasijas de mil barros. Durmió solo esa noche sobre la piedra donde moría la luz de la ciudad, en el sueño de dormir abrazados y temblar de calor en una cama sucia y baja, que tendería el silencio con las manos de un viejo que peinaba su gallo antes de sacarlo a cantar. En el aljibe de la casa donde paraban dejaron caer dos no me olvides trenzadas. Las tardes amanecían. Los mediodías anochecían. El tiempo había trocado agujas por caricias en la risa apocalíptica del amor al borde del incendio, se hicieron cosquillas con los pies debajo de los brazos. La siesta tejía el sonido perfumado del arroyo colorado. Hundieron los pies. No dejarían en adelante mas huellas que las de sus cabellos al viento de los sauces, el tono de la voz afinando hasta el silencio, la mirada puliendo las piedras, arreando ovejas nocturnas sin doblegar los corrales de la humedad, habitando los espejos que en el cielo colocan los ángeles que siembran los rosales del ayer.

En memoria de un verano en Jujuy hace como seis años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario