lunes, 4 de abril de 2011

Sábado dos de abril dos de la mañana


En la plaza frente al cementerio, siendo el día sábado a las dos de la mañana, nos encontramos las miradas sin mas reloj que la luna en su panza flaca, su deambular de sombra entre las sombras, su alegría a pesar de los hermanos paridos y perdidos en otras calles. Este es todo  el pan para esta noche entre las manos cuando se sale a caminar para encontrarse con uno, sentarse en una hamaca, repasar los pocos amigos que levantarán la mano cuando estemos solos, montar el subibaja contigo, apoyar el pie en el primer escalón del tobogán lejos de la plaza del pueblo, cerca del cielo, leer las estrellas, los puntos suspensivos, contar los años, escribir tu nombre en un planeta, , saber que a pesar de la edad nuestro corazón tiembla como un recién nacido frente a cada sonido, cada color, inundar los pulmones con la tarde diluida en risas y música, cuando la gente ayer bailaba, abrazarte en la quietud de nuestro planificado desencuentro. Decididamente, archivar en los anaqueles de los amores dormidos las palabras, noches y vinos ahogados en canciones que podríamos haber compartido, reír en la superficie del llanto, reafirmar que el antecedente para la alegría se encuentra en el futuro por el que trabajan los compañeros, celebrar en la mirada la infancia que acompaña cada paso con la mano tendida, asumir el cambio de piel bajo el sol que está por salir, palpar la corteza del árbol mas cercano, cerrar los ojos, ahondar en el instante, abrir los poros a la muerte confundida, derrotada incluso en la noche en una plaza frente al cementerio siempre que se encuentre un perro con el que llenarse las manos. Aquí está el verdadero hombre, aferrándose al cuero a pesar de la ausencia de palabras, porque la poesía no se escribe con palabras, semióticas ni geometrías, sino con el silencio con que se escucha el silencio de los pájaros dormidos, con el sueño despabilado de los abandonados al borde de la vida, del pibe como vos y como yo que alguna vez fueron, de la leche que los hizo grandes, de los niños miserables que te hacen llorar pero no conocen la tristeza porque no pueden dejar de jugar. Se escribe a espaldas de quienes a costa de coleccionar éxitos pierden su identidad y reafirman nuestra alegría, de aquellos que por robarnos el salario de los obreros restan brillo a su mujer y a sus hijos cuando llegan a casa. Para la poesía, el boleto de un colectivo ya es espacio para la poesía, porque sólo la poesía puede trocarla en ala de mariposa parida de la máquina infernal engendrada por los motores que se tragan las pocas monedas que nos quedan. La poesía no sabe del sueño, pues vive en él, no emerge para ser leída sino vivida, y se curva en el arcoiris luego de quebrada la tormenta para desembocar en la boca de quien se preste a leerla, comerla y compartirla. 

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