sábado, 16 de mayo de 2015



Padezco los cuchillos de tu amor bebé rodeado de este ejército de edificios en torno a la casa. Los dientes opacos hincados en el vapor violeta de la tarde. Más aún al hundirse en la piel con sus cordeles de alambre cargados de ropas regaladas y oxidadas antenas de cuatro canales. 
Y es evidente acaricio con la lengua el cuero de esta estúpida sensibilidad en clave de verso gracias a quienes taparon su pecho a bala y a tierra. Y dejaron a sus amantes la callada tarea de cortar flores con tijeras de sal. Y dejaron a sus compañeros de cabeza caliente la palabra inminente, el trabajo de continuar tragándose los cristales del cielo.     

Es cierto, padezco también los cuchillos de tu pecho ausente clavados en el hambre de este amor bebé, y saboreo en las tardes de domingo tu perfume en los pliegues del sol una mañana cargada de lunes.

Por eso espero los domingos con su hueco de selvas, sudor y paraíso. Porque los domingos vengábamos las horas ausentes de la semana, salíamos con nuestros dos pájaros trenzados de las muñecas a medirle la presión a la luna, y así nos anticipamos al infarto del amanecer.

Porque los domingos no causa pena ver en el mercado a las viejas de otra era vendiendo bolsitas blancas bajo un cielo amarillo donde guardar el pan igual se esconde un secreto, y uno elige si dentro de ese trozo de nube guarda el blanco o conserva un pedazo de rojo cielo.

Pero los domingos en tus manos conviven sin embargo con la invasión de un martes 18 de abril de 1961 bajo cometido de nombrar un gobierno provisional. El mismo sería reconocido más tarde por la Organización de Estados Americanos, que no es más que un espejo de la Cumbre de las Américas. No casualmente la primera cumbre se organizó en Miami. Tampoco por circunstancia estaba prohibido levante la mano nuestra isla. Menos aún por accidente hallaron al asesino del fabricante de mariposas en la última Cumbre celebrada en Panamá junto a otro grupo de mercenarios desdentados.  

La justicia considera intrascendente el hecho de que las alas del fabricante de mariposas convertían el viento en un suspiro de fuego. Desconoce además suturaba la espalda de las flores en cada una de sus esquinas. Donde amenazaba con crecer la tristeza, besaba las cicatrices a pedido de los muertos. Él curó los ojos y el sexo con barro para salvarlos de morir ahogados de espanto.

El animal sentimental exiliado de la rutina cuando los días amenazaban con su metralleta de emociones repetidas, puso verde donde había blanco y se lanzó a vivir cada día como si fuese el último. La historia retorna a su fragilidad cuando el reloj repite la hora en que lo asesinaron, que es cada hora. La semilla de la muerte estaba empecinada con los hijos del sol y no casualmente murió en Bolivia. Los resucitados tocados por su mano afirman que el monte entero contrajo sus pájaros. Es sabido el lugar más triste sobre la tierra se llama La Higuera.

Hay para quien la muerte es amor. Sólo sé que el silencio de la muerte camina de la mano con el amor a gritos. Por eso te invito frente a las orillas de Panamá a desnudarnos la vida, a nacer nuevamente, tenemos tanta alma por limpiar, en este país soñado por un general loco sin democracia pero también sin niños mendigos, y huir como dos extraterrestres hacia el fondo de las aguas azules a respirar como si estuviésemos fuera del espacio,

un boca a boca
en esta nuestra nave
desvencijada y fantasiosa
sabrás lo que es oír fugaces
las risas de los sentimientos cachorros
tomándole la teta a la ternura.


Es la isla frente a las orillas de Panamá. Es un accidente histórico y sentimental en américa y el caribe. El sitio donde las huellas de los muertos en la arena tienen la forma de los pétalos. Donde la sangre es dulce sobre la falda de la muerte puta, caeremos en Matanzas, caminaremos bajo una tormenta de árboles. En sus ramas, pájaros negros en la noche caliente y negra. Horas de metal en la plaza de piedra con la reja abierta.

En un patio apretado de murales, fantasmas y ensayos, al borde de la fuente y el filo de dos vasos vacíos de vergüenza con restos de hierba buena, confieso nuevamente lo que no creíste, pero tú y yo sabemos y con eso basta.


Pues no se escriben dos veces las mismas palabras
luego de lamer tu perfume encogido de vergüenza
oculto en los pliegues del sol,
que pone en tus pechos sus cuchillos
clavados en este amor bebé.

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