martes, 13 de marzo de 2012

Carta de Ana número 1


      Vos sabés Ernesto que la vida de un hombre o una mujer puede durar apenas un minuto, que la vida es un momento en el centauro del tiempo, un sueño, quizá compartido. Que existen sueños que parece duraran horas pero en realidad no transcurren mas que en un momento. Soné con vos Ernesto y te dejé atrás como el humo de una locomotora, molestabas aves en el aire, confundido con las nubes, flotabas entre pétalos al viento de otro otoño. Cuando desperté, nada había cambiado  de lugar; corrí hasta la plaza del pueblo y allí estaba la calesita con sus caballos, ciervos, avionetas y elefantes, los árboles no han cambiado de lugar incluso, el aire es el mismo y Nazareno cargaba como cada mañana con sus ocho años su perro y su carrito. No te ha quedado prendida en aquel sueño ni la nariz ni una oreja Ernesto. Me imagino que ahora estás en tu casa escribiendo tan intacto como si no te hubiese soñado.
      No pude ver en el sueño tu mano en mi mano. Soñar, concluí, se trata de un ejercicio conceptual; tan simple como amar, morir y rendirse o llorar. Es preferible entonces ser polvo en el camino del pueblo, que de tan cruel y tierno llora para adentro como un niño mudo que sueña con palabras nuevas para cambiar el mundo.
      Sueño a penas, a veces, un rato con volver donde algunos arroyos se han secado. Debería tener apenas doce años. Nadie sabe dónde ha ido a dar lo que guardó aquel espejo de barro y agua al que me acercaba a caballo cuando empezaba a relinchar la tarde y me entraba el amor por todo lo lejano. Nadie puede soñarlo. La distancia entre la memoria y algunos ensueños está obsturada por objetos, eso es claro. Es necesario cerrar los ojos, no ser, respirar no con el pecho sino con la panza como respiran los niños; la memoria, está debajo del ombligo.
      Otros hilos para otros niños brotan hoy al ras del suelo. El arroyo, como el sueño, no sabe de alambrados. En mis sueños el alambre decapita el viento que silva antes de caer sangrado de a pedazos al agua y se hunde en su marrón planchado. Quiero y no puedo soñar con volver a cruzarlos a caballo, ¿dónde está mi rostro antes de haberte conocido, mi caballo colorado? Acostate por favor y soñame, sacame de la cama y llevame donde tantas veces te he contado. ¿Qué soñaba yo cuando no soñaba? Puedo soñar que no existe la muerte, los tres de diciembre cuando entré al living y ví como a papá lo metían en el cajón. Pero también lo contrario! Sí, es conveniente que exista la muerte para seguir soñando.
      Soñar. Exiliarse hacia un paisaje vago. Camino por un sendero pálido, no tengo piernas pero sí zapatos, me observo las manos pero no los brazos. El cielo es un espanto de tan celeste y blanco. Un tubo o una serpiente de cristal pronuncia un nombre, luego otro mientras el cielo vibra electrificado. Aquí no existen los pájaros, no hay fondo, largo ni ancho, pero cuando  llega mi turno despierto asustada. He muerto por un momento y es tarde para no llorar. El llanto, como el sueño o la alegría, además de purgar nos mantiene despiertos.
      Te cuento otro sueño. Una escalera. Salvo la tuya, siempre las escaleras me han llevado hacia abajo. Como si aquí abajo no existiese el cielo. Cada uno es dueño de levantar el suyo a pesar de este mundo que cuando te reís, espresás, abrazás cada vez como la última vez, se preguntan si estás loco y no es así, son ellos quienes no se dan cuenta que están vivos. Entonces, una escalera. Para partírselas en la cabeza a ver si despiertan. Y subir, siempre subir. Soñar no tiene techo. Un arco iris surca el monte azul y verde, a lo lejos, hasta el final de los infiernos donde el sol oculto araña con su flor violeta el cielo verde, claro, disuelto, enredado en lagos púrpuras y esteros. No hay rastros de fauna humana en este lugar que de tan hermoso, no podría vivir siquiera una sirena. Aquí está, sobre el final de la escalera, lo esperado. Un trampolín. Y no salto. Alguna vez abandoné a alguien y tuve que escuchar de un amigo algo que hasta hoy me desvela, “la alegría te golpea la puerta Ana y vos te quedaś del otro lado escuchando asustada”.
      Un hombre flota en una cama atado. El aire está inflado de angustia y otra vez, blanco. Si estuviese en un hospital cualquiera, como alguna vez despierto, podría haber sobre su cabeza algún cristo en agonías, pero aquí está su pasado con sus cruces de mármol. Ha vivido soñando, tanto, que llegó a creer en el hombre. Recuerdo haberlo visto en vida literalmente cagar sangre y despertar de aquel sueño malogrado rodeado de hijos, una cascada, flores y caballos. Y no puedo desatarlo. Entonces en el sueño lloro, despierto y continúo llorando. El llanto es igual a un río que atraviesa diferentes campos. La peor de las condenas es estar sujetada, obligada a observar, bajo presión de lo imposible, el derrumbe del mundo donde alguna vez reímos y no poder desatarlo. Por eso hay que reír Ernesto a pesar de que hoy estemos separados, todo tiene fin, ¿qué esperamos?
      Y aquí está este soñar que también es extrañarse. Extrañarse. ¡Qué palabra tan bella Ernesto! ¡Cierra los ojos y abre las manos, ténme esto! me pediste alguna vez y me entregaste un sueño y en la otra mano un pájaro. Extrañarse. Qué mas necesario. Te acordás, pasabamos tanto tiempo juntos que yo me iba a dar una vuelta de manzana para extrañarte un rato y era como si recién nos conocíamos cuando nos encontrábamos. El extra, en el sueño siempre es uno jugando de suplente, y este ñarse ñarse ñarse que suena a dientes rechinando. Extrañarse de modo antropológico y saltar más allá de sí mismo, del otro lado del cuero, donde  todo disuelve de a poco como el cuerpo después de muerto, soñar, continuar soñando.
      Soñar es un cementerio. Todos tenemos nuestros sueños enterrados. Hay que romperse las uñas para desenterrar algunos y gastar el intelecto si se quiere descifrar otros, también a este ejercicio se llama escribir, desde lo oscuro y desde adentro de lo adentro, vaciar de sangre el corazón, llevarse algunos amigos hacia el secreto del silencio, apoyarse en la palabra como si se tratara de un árbol, descansar en su sombra, palpar en lo oscuro la mano de algún compañero y sonreír por compartir imposibles, pedir un sueño prestado, susurrarlos despacito, no vaya a ser que escuche quien no puede oír los pájaros, arrojarlos sobre la mesa de la vida como si fueran dados sabiendo que la escalera servida no sirve, soñar a los gritos, soñar soñando, hacer ronda de niños con los sueños, amasarlos, degustarlos despacito y refrescarles la frente con sonrisas palmo a palmo, lavarles los pies, con los ojos cerrados escuchar los peces afinar desde el fondo de su barro, volver sobre los pasos bien andados, respetar los caminos, despacio, de la mano.
      Me han soñado Ernesto. ¿Montaba mi cuerpo acaso sobre un hombre en pelo?, ¿tenía voz?, ¿andaba acaso descalza?, ¿había niños conmigo o estaba sola buscando en apuros y dando equivocada con un hombre como se busca un baño? Me han soñado y me han matado. Yo creí que siempre estuve aquí pero parece que me han robado por un rato, nadie lo nota, siquiera los perros. El diablo reía a un costado, era un llanto bailando.
      ¿Sabés que pienso que es soñar Ernesto? Soñar es saltar geografías, montañas, plazas, montes, pueblos. Dibujar con el lápiz de lo oculto las personas que se fueron o nunca estuvieron. Estrechar las distancias del recuerdo en el escenario claro del silencio. Un borde de nubes contiene cada imagen, el humo impreciso de lo vulgar lo sostiene en el aire, ridículo, inconcluso, al punto que en ocasiones el sueño es digno de no ser contado. Lejos de lo que se cree, soñar no es desear lo perdido. Existen personas que caminan a nuestro lado a pesar de haberse marchado, y paisajes intactos en los bolsillos que laten como pájaros. No se salda una deuda con lo no cometido por soñar, si para soñar lo no conseguido es necesario estar despierto, el pan para los compañeros y compañeras que laburan como burros y cobran mil doscientos dos mangos. Que nos toque a nosotros, a ver qué soñamos. Aquí está lo material para romper los sueños. También soñar es un manotazo hacia el olvido o el intento por construir lo nunca realizado. ¿Porqué sueño a veces conejos alrededor de un tren? ¿Porqué tengo sexo con hombres nunca vistos en la puta vida? ¿Qué es eso de soñar de niño con gigantes que se masacran conmigo en el medio? ¿Soñar será quizá el vivir un par de vidas por lo evidente e inasible del paso del tiempo?
      No entendés Ernesto. La frontera del sueño no trasgrede el tiempo. No hay en el sueño tampoco espacio, asique no me pidas un lugar, como te dije, todo sucede en un lugar similar al cielo. Soñar es la memoria negando el fracaso del hombre en su intento por volver al pasado y poner los pies en el suelo. Pasado y futuro son los únicos dos parámetros temporales disponibles con que cuenta el hombre para dar cuenta del sueño. Por eso cada cual debe inventarse su tiempo. Y en circunstancias de la noche se confunde el sueño con estar despierto, cuando escribo, el placer y la angustia son caballos que arrastran el monstruo inanimado de versos no fundados, nunca cabalgados.
      Saqué tus cosas del corazón como si fuesen un par de zapatos viejos porque ya anduve  muchos caminos con ellos y siempre llego al mismo pueblo. Pero no de la memoria, y recuerdo que escribiste una vez: Ana, los pájaros esta tarde confunden tus piernas con los árboles y buscan parque arriba la fuente del ombligo, entran en la pájarera de tus compañeros encerrados por el delito de volar, encerrados también cantan, por cortar las calles del cielo, encender cubiertas andadas por mil caminos, reclaman pan y trabajo para un mundo más feliz y más justo donde no se oiga el llanto de los pichones silenciado por la estridencia del hambre y la enfermedad pluricolor de los televisores, y finalmente entregan por correspondencia a sus familiares y amigos pedazos de celeste sin alambre escondidos bajo las alas. En la ciudad los perros doblan por detrás de tus rodillas, esas suaves esquinas rosadas, las casas de ventanas abiertas respiran de tu aire, tu pelo cablea la ciudad dando luz al niño que siempre voy a ser, desciende a comedores donde las bocas ríen con dientes de piano, alimenta las cortadoras de césped que se escapan de los patios y entran en los ministerios a decapitar funcionales al dolor de panza que en lugar de sentimientos en las venas tienen palabras, las computadoras escriben a contradedo de las manos decretos sin necedad pero con urgencia de distribución y soberanía alimentaria, las avionetas fumigadoras de peces, ranas y abejas orinan las camionetas cero kilómetro compradas con la última cosecha de soja, las procesadoras licuan las deudas de los que mas trabajan que por regla capital son los que menos cobran, y de los países pobres que por ordenanza y viveza internacional hacen sangrar a sus hombres y mujeres por las plumas.
      En esta, nuestra casa que dejaste, aún dormir es soñar con encontrarte. Dormir es soñar con encontrarte y entonces si, despertar en el silencio, dentro de un sueño donde me voy contigo de la mano.  Te espera desde ayer y mañana, 
                                                                      
                                                                                                        Ana.

P.D: Te envío esta foto de cuando tenía tres años y estoy como ahora, recién levantada.
                                                                                                                          

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