jueves, 2 de mayo de 2013



En las aguas del río Jaruco parí un niño
con un pájaro en la mano huérfano de maldad
sólo entonces pude decir que era un hombre
aquella tarde en que el día amarraba el reloj con su pelo de arena
y por tan claro fue enteramente de luna
a orillas del río Jaruco donde los árboles
lamen con la punta de sus ramas la sal
que oxida nuestras juventudes en el fondo del mar
un hombre verde que por las noches en su pico de remolacha
y a orillas del azúcar ablanda el sol
brotó de una caracola de agua
para poner la teta izquierda de su planeta rojo
en la Boca de aquel animalito.

Y era el pecho del atardecer entero envolviendo su estómago
que cubría su espalda con una estrella
de plumas en sus puntas como pestañas en un cielo de terciopelo
donde parpadeaba una bandera de canciones
y por su espalda caminaban los cangrejos que cuelgan de las ramas
que rasgan las aguas del río dulce de Jaruco
donde el mar vierte sus babas de olvido en espumas de silencio
hacia un ombligo de cuna repleta de frutas
que aroman y ruedan hacia sus calles hirvientes
hasta sus casas de palmas abiertas de platos en mano
de almohadas rellenas de zapatos viejos
y nuevos caminos para el sacrificio del sueño
donde los pueblos lloraron risas pues una calesita de barbudos
sembró sus árboles regados con sangre
para que fuera posible respirar historia.


Y el niño pudo ser mujer cuando como hombre
fui capaz de parirme a mí misma
de barba arrancada a la hierba
crecida sobre el cuero de la orilla que da de comer a los chivos
peinados por el viento de los barrancos allá en Jaruco
fui mujer de fusil entre las piernas
bajo un techo de besos de arroz y frijoles
o apenas de harina confundida con la arena de los cuerpos
justo en el momento en que un libro escribe sus propias páginas
sobre la falda de una canción atardecida
y a lo lejos laten montes de trajes verde oliva
de donde fue desterrado un aserradero de asesinos heredados
cuando la tierra desenfundó de su estuche de piel recubierta de flores
un cañón de tinta que disparaba muertos al atardecer en silencio
la soledad de un país desnudo
a quien sus hermanos dejaron abandonado
en el dolor de la elección
sin mas que un espejo en la mano izquierda
para mirarse el rostro a solas
el mar peina hoy a un niño que es un país pequeño que duele de emoción
desde apenas ayer primero de enero del 59
estábamos allí este hombre con su niño prendido de su pecho de mujer
que de tan rojo parecía decir pronto atardece aquí en Jaruco.

Pero el tiempo no pasa y el día por tan claro enteramente de luna
amarraba a un hombre que era una mujer que era un niño
por siempre a su reloj de historia con su pelo de arena que enreda las manos.
Y bañaron los pies en la Boca de Jaruco para hundirse
en el barro del fondo de un río salado de mar
y sin ser primero de enero fueron un año nuevo
como aquel del 59 cuando una marea de barbudos fundó el futuro.
Fue una tarde en que la noche quedaba al otro extremo de la orilla
luego de saltar del puente hacia el agua que arrastra el sol
allí respira un río en un pequeño país
y un hombre una mujer y un niño prendido de su pecho
que de tan rojo parecía decir pronto atardece
donde la ternura tuerce al hombre en mar y a la mujer en río
en Boca de Jaruco donde para ser hombre tuve que parir un niño
que se paró en los pies del 59’ cuando se fundó el futuro.

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