la
bomba de agua escupiendo sangre como una fuente, y caía rendido.
Recuerdo ésto porque es lo que debería haber hecho contigo la última vez
que viniste de visita. Aprovechar el eclipse de luna para ocultar tu
cuerpo en el galponcito del fondo luego de cerrucharte el cuello con la
pala de lata que dejó abandonada el viejo malparido que me cobra el
alquiler, y esperar que cante el gallo de cresta más roja para colgarla
de la rama mas fecunda del ciruelo. Una vez que la última gota de tu
sangre haya dado de beber a su raíz, en la pequeña bandeja de bronce
traída de la India que cuelga sobre el marco de la entrada principal de
mi casa te peinaré con un caracol traído de Cabo Polonio y llevaré a la
cama, hay que darle de tomar vino a tu cabeza hasta barrer con la última
uva de la tierra mientras leemos poemas de Pizarnik hasta marear el
amanecer. Repetiremos hasta aprender de memoria aquella que dice en su
última estrofa: “... te remuerden los días, te culpan las noches, te
duele la vida tanto tanto, desesperada, ¿a dónde vas?, desesperada ¡nada
más!”. Creo se llama “La enamorada” y está en la página cincuenta y
tres de su obra poética completa, en una edición a cargo de Ana Becciu.
¿Becciu querrá decir “beso” en Maorí? El Maorí se habla en Tahití, donde
Gauguín escribió sobre la puerta de su casa “Tefarurú”, esto es, “Aquí
se hace el amor”. Tahití será el lugar donde nos iremos a vivir tu
cabeza y yo. Pasaremos las tardes de mar adornados con collares de
flores bordadas, comeremos cangrejos y de postre, melón rosado. También
leeremos aquella poesía que reza: “Hay que salvar al viento. Los pájaros
queman al viento en los cabellos de la mujer solitaria que regresa de
la naturaleza y teje tormentos. Hay que salvar al viento.” ¿De tus
cabellos? Hermosa mujer de lengua larga y fuego lento, mientras yo toque
guitarra, reposada tu cabeza en la almohada susurrará mis alegres
tormentos, aquellos de lobo en la cresta de la noche que hasta ayer fue
sólo un sueño. Amo tu cabeza. Mi fascinación por ti es como la de comer
pescado pero al revés: lo que menos me interesa es tu cuerpo. Por lo que
me comeré tu cabeza y donaré lo demás a la carnicería “El uruguayo” que
está a la vuelta de la esquina. Hay que repartir el pan. Soñaremos
juntos, conversaremos dormidos hasta entrada la noche junto al esqueleto
de las palabras que tengo vedadas. Dado que me considero un tipo
vergonzoso, te sacaré los ojos delicadamente con una tapita de licor de
dulce de leche para que no puedas verme desnudo por la mañana y me los
comeré. ¿Ojos de pescado con dulce de leche? Si. ¿Acaso nunca han visto a
una piraña hincarle el diente a una sirena? Despertaremos para besarnos
cuando despunte el rocío, iré al trabajo. De regreso... herviré tu
cabeza en el arroz que doy de comer a los perros y en la segunda noche
colocaré tu calavera a los pies del jazmín para que en su interior
canten los grillos. Al tercer día resucitarás como Jesús a quien todos
creyeron muerto y te dejaré dormida en la puerta de tu casa. Nunca
recordarás lo ocurrido.
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