martes, 4 de septiembre de 2012

Tu cabeza

Cuando el abuelo nos invitaba a almorzar y degollaba las gallinas nos quitaba el hambre. El animal corría a oscuras bajo el sol y golpeaba contra las paredes y los árboles del patio, daba algunas vueltas alrededor de
la bomba de agua escupiendo sangre como una fuente, y caía rendido. Recuerdo ésto porque es lo que debería haber hecho contigo la última vez que viniste de visita. Aprovechar el eclipse de luna para ocultar tu cuerpo en el galponcito del fondo luego de cerrucharte el cuello con la pala de lata que dejó abandonada el viejo malparido que me cobra el alquiler, y esperar que cante el gallo de cresta más roja para colgarla de la rama mas fecunda del ciruelo. Una vez que la última gota de tu sangre haya dado de beber a su raíz, en la pequeña bandeja de bronce traída de la India que cuelga sobre el marco de la entrada principal de mi casa te peinaré con un caracol traído de Cabo Polonio y llevaré a la cama, hay que darle de tomar vino a tu cabeza hasta barrer con la última uva de la tierra mientras leemos poemas de Pizarnik hasta marear el amanecer. Repetiremos hasta aprender de memoria aquella que dice en su última estrofa: “... te remuerden los días, te culpan las noches, te duele la vida tanto tanto, desesperada, ¿a dónde vas?, desesperada ¡nada más!”. Creo se llama “La enamorada” y está en la página cincuenta y tres de su obra poética completa, en una edición a cargo de Ana Becciu. ¿Becciu querrá decir “beso” en Maorí? El Maorí se habla en Tahití, donde Gauguín escribió sobre la puerta de su casa “Tefarurú”, esto es, “Aquí se hace el amor”. Tahití será el lugar donde nos iremos a vivir tu cabeza y yo. Pasaremos las tardes de mar adornados con collares de flores bordadas, comeremos cangrejos y de postre, melón rosado. También leeremos aquella poesía que reza: “Hay que salvar al viento. Los pájaros queman al viento en los cabellos de la mujer solitaria que regresa de la naturaleza y teje tormentos. Hay que salvar al viento.” ¿De tus cabellos? Hermosa mujer de lengua larga y fuego lento, mientras yo toque guitarra, reposada tu cabeza en la almohada susurrará mis alegres tormentos, aquellos de lobo en la cresta de la noche que hasta ayer fue sólo un sueño. Amo tu cabeza. Mi fascinación por ti es como la de comer pescado pero al revés: lo que menos me interesa es tu cuerpo. Por lo que me comeré tu cabeza y donaré lo demás a la carnicería “El uruguayo” que está a la vuelta de la esquina. Hay que repartir el pan. Soñaremos juntos, conversaremos dormidos hasta entrada la noche junto al esqueleto de las palabras que tengo vedadas. Dado que me considero un tipo vergonzoso, te sacaré los ojos delicadamente con una tapita de licor de dulce de leche para que no puedas verme desnudo por la mañana y me los comeré. ¿Ojos de pescado con dulce de leche? Si. ¿Acaso nunca han visto a una piraña hincarle el diente a una sirena? Despertaremos para besarnos cuando despunte el rocío, iré al trabajo. De regreso... herviré tu cabeza en el arroz que doy de comer a los perros y en la segunda noche colocaré tu calavera a los pies del jazmín para que en su interior canten los grillos. Al tercer día resucitarás como Jesús a quien todos creyeron muerto y te dejaré dormida en la puerta de tu casa. Nunca recordarás lo ocurrido.

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