viernes, 11 de mayo de 2012

Carta número 9


 
Releo tus cartas a sobre cerrado. Las oigo a veces en un credo tartamudo. Vuelvo al banco donde nos leíamos labio a labio en aquel verano de pantalones arremangados a orillas de nuestro ocaso. Solo está el otoño con su reloj amarillo, por aquí, el tiempo se mide en hojas y sobre su círculo marchan los zapatos de cuero arrugado que se acerca en mucho a la corteza de tu árbol. 
Ha llovido esta semana Ernesto pero el amarillo de las hojas no permite ver el barro. Largas se han puesto las noches, la cama y su espalda fría. Tu flor crece debajo de la almohada. Releo tus cartas a sobre cerrado, las he degustado palabra a palabra como cuando callaba tu boca con mi boca y las lenguas eran pájaros rosados. Los pájaros callan mas temprano en otoño y Darío continúa sangrando. Este 26 de junio es su aniversario y su sangre no se lava con petróleo, tampoco con esta noche roja y amarillo mañana donde la oscuridad es un escenario levantado con tu última palabra. Un escenario armado de cartones y telas aromadas por el gris crepuscular de las sábanas que tiende esta lluvia de miércoles  ocho y media de la mañana. 
Cuando llega el fin de semana y la soledad comienza a crecer con muros florales, las paredes se enredan en los dedos. Los obstáculos siempre son levantados por uno. Todos los ausentes dan un paso al frente, se asoman y ríen con palabras sin dientes que gatean en busca de esta cuna de papel en que te escribo. Hablo de una cuna calentada por los perros de hoy felices bajo el limonero del ayer. Y en estas noches que son mas largas he prestado atención la bailarina de papel pegada por la cintura al parlante de la pieza. De las doce a dos el wiski se derrite en el hielo mientras te escribo. El frío es duro pero ella baila. Vino una noche de cumpleaños de la mano de tu amigo Terry acompañada por dos cartas de pelo largo. Anoche desapareció dejando una carta, voy a buscar mi corazón, salgo a meterme dentro de una canción. Ocurrió cuando las estrellas danzaban detrás de los libustrines, a la hora en que el rocío ablanda los tallos y cortan con el filo de su luz margaritas para que las ranas se confeccionen polleritas e inventen pelucas con tinturas de planetas y acuarelas por las que se desmayan las abejas.
Vieron a la niña cerca de las tres de la mañana montar el perro de cinta y alambre que está sobre la biblioteca, cuida que las palabras no escapen de los libros. Juntos solemos salir a cazar conejos que saltan de los relojes que la muerte cuelga en las esquinas. En su paisaje de seda y desnudez, los ángeles dan vueltas por manzanas alumbradas con campanas; los ángeles, cuando pienso en tus alas, se vuelven colibríes. 
Darío vino de visita y no estabas. Salimos a buscarte, no tiene mucho tiempo cada vez que aparece. Nos enviaron a la vuelta de la esquina y al asomarnos, te vimos de la mano con una bailarina de papel que montaba en un perro de tela y alambre juntando margaritas junto a las ranas que de madrugaba confeccionan polleritas a la hora en que el rocío ablanda los tallos. 
Sabía que tu mano era la flor que despierta el temblar de mis abejas nocturnas y que aquí, cerca del cielo, las estrellas son tus dientes y al filo de su luz se corta la noche con tu sonrisa. Estabas durmiendo despierto Ernesto cuando te enconramos, Darío cuenta que cuando eras chico te levantabas sonámbulo y te metías adentro del placard y le meabas las polleras y los sacos a tu vieja, ¿pero cómo explicar esto? De la mano con un perro de alambre y una bailarina de papel. Besos.

                                                                                                                                    Ana

                                                                                                           

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