martes, 23 de agosto de 2011

Alas para el minotauro


Como metáfora del amor o el mero caminar, el juego del rompecabezas no busca jugar con elementos destinados a encontrarse sino con figuras y paisajes imposibles, fragmentados. De esta manera el juego del rompecabezas es para los niños lo que andar en bicicleta para los viejos, un esfuerzo desventurado donde hay que pedalear con el ceño fruncido mas de lo esperado y donde ningún camino es arbolado o seguro.
Los acertijos y juegos de palabras pueden considerarse entre los primeros. Desde los tiempos bíblicos hay personas esmeradas en oscurecer mensajes. En la mitología griega se recuerda que Sansón debía resolver acertijos en cuestiones de vida o muerte y excedían el que si me tiño el pelo de rubio o me dejo el flequillo.
Se cuenta que Homero murió de frustración al no ser capaz de resolver un acertijo que le propusieron unos pescadores: "Lo que hemos adquirido, lo pasamos; lo que no queríamos, lo tenemos". La respuesta eran las Pulgas. Homero, primer poeta épico griego y por cuya figura siete ciudades se disputaron el honor de su patria; supuesto ciego con una inteligencia de los mil dioses, escritor de la Odisea y cuyo personaje, Ulises, debe por poco descifrar mensajes en la entrepiernas de una sirena para regresar a casa, cayó en desgracia por este simple rompecabezas.
Arquímedes diseñó un rompecabezas geométrico en el siglo III a.C. Su Loculus consistía en catorce piezas diferentes encajadas como un puzzle en una cajita cuadrada con las que podía formarse un número indefinido de figuras. Pero no había que romperse mucho la cabeza para dar con escenas sexuales donde Arquímedes aparecía desnudo y recostado junto a un puñado de ovejas con la lana teñida color borra vino.
Uno de los rompecabezas más notables lo publicó Henry Dudeney en 1902 y consiste en cortar un triángulo equilátero en cuatro partes que reordenadas formen un cuadrado. También Aristóteles y otros sabios griegos estudiaron parcialmente los rompecabezas lógicos o paradojas en el siglo IV a.C. Y en el siglo XIX, el matemático y escritor Charles Dodgson popularizó muchos juegos de lógica en “Un relato enmarañado y Problemas de almohada”. Dodgson no dormía, y a juzgar por los diarios que dejó su mujer, su locura comenzó por complicar lo más simple en el mundo que es el amor. Los manuscritos también narran que una mañana halló a su marido sentado en el inodoro destripando un pájaro para arrancarle un secreto escrito entre las nubes.
Interrogar por el giro de lo simple a lo complejo, de la unión a la dispersión tiene respuesta, y es que el hombre necesita hacer del mundo un rompecabezas, romper para construir, separar lo dado, natural, para centralizar la energía en la disposición humana y cultural al caos, el retorno al principio, al cosmos, en que todo era nada.
La capacidad de fragmentar un sistema, un lenguaje, pertenece a Dios. El poder del hombre sobre el resto de los hombres también se ejerce a través de su dominio y la clave de un saber hacer particular, de un tener la llave y el signo que conduce al sentido, a la figura. Vean sino el gesto de satisfacción y altura de quien coloca aquella pieza que no se  sabe dónde va. La capacidad de intelección de quien lleva orden y claridad a lo que se considera un enredo también es parte del juego del rompecabezas. Sin razonamiento no existe posibilidad de cifrado.
Dédalo, en la mitología griega, el arquitecto que diseñó para el rey Minos de Creta el laberinto en el que fue aprisionado el Minotauro, un monstruo devorador de hombres mitad hombre y mitad toro, reveló el secreto del laberinto sólo a Ariadna, hija de Minos, quien ayudó a su amante el prudente Teseo a matar al Minotauro y escapar. Encolerizado por la fuga, Minos encarceló a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto. Aunque los prisioneros no podían encontrar la salida, Dédalo fabricó alas de cera para que ambos pudieran salir volando del laberinto.
De la misma manera que no se contesta a una pregunta con otra pregunta, una regla fundamental es que no se puede contestar a un rompecabezas apelando a otro rompecabezas, a un problema con otro problema. Se ve también en el caso de Dédalo, que para las dificultades antojadizas inventadas por algunos hombres hay quien antes de suicidarse, volverse loco o romperse la cabeza, se hecha a volar.

                                                                                                                                                          2006.

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