domingo, 16 de junio de 2013



 Guevara, ese detalle

Por ser domingo de lluvia, los perros duermen su sueño dentro de casa y despiertan en el silencio al animal de Guevara. Ernesto salta del fusil de sus ojos para sentarse desnudo a la mesa. La vergüenza la dejo para los cobardes, dispara. Aquel pájaro inconformista de pelo largo y cuero blanco de sentimientos en esqueleto, quien fuese alguna vez crucificado en una pequeña silla gris. Vivo más allá de sepultado, enciende un habano. Su pequeño legado es un país donde no hay un niño en la calle que pida una moneda; haber arrancado a Cuba del destino de Haití, su hermana negra de enfrente amordazada de sida y hambre. Un pozo ciego donde la democracia capitalista envía millones de dólares, médicos y soldados con el sólo fin de no cambiar las cosas. 
El presente de este hombre es más profundo que el pasado de un imperio. No porque el irrespetuoso de Ernesto haya jugado un picadito de fútbol en medio de las ruinas de Macchu Picchu y al asomarse al borde de la montaña pueda vérselo aún correr por su inhumana condición de estar sin estar. Las emociones de un valiente no saben del respeto a los ausentes. Y quien rumbo a Perú cometa el equívoco en Bolivia de tercer el dramático camino en colectivo que comunica Cochabamba con Valle Grande para trepar luego por la selva hacia La Higuera, cuna de su ángel, corre el riesgo de que los sentimientos conviertan el lugar sagrado de los incas en un detalle.
Visitar La Higuera puede demorar tres días. Los techos de tejas naranjas se hunden como pedazos de atardecer y semejan barcas en el mar verde de los árboles que esconden Duraznillos, uno de los tantos parajes donde nunca más regresaron los habitantes asustados por el paso de la guerrilla perseguida por el ejército. Al llegar, Cristina abre la puerta de la escuela convertida en un pequeño museíto. El lugar conserva la mitad de su cuerpo de barro. De las paredes de material cuelga una serie de fotos de Ernesto en sus peores condiciones ideológicas y humanas. El  delincuente soñador perseguido por la CIA había abandonado sus cargos en el gobierno. Dos nombres usó de escudo para entrar en Bolivia, Bongo y  Fernando. Por tanto comer papa y nada más que papa, cagaba blanco en el verde de la selva como quien caga el alma.
La razón puede ser histórica pero Ernesto supo ver el signo eterno de la historia en la emoción. Sin emoción y sin ternura, un hombre es tan sólo un hombre que padece sin saberlo su cómoda condición. Su valiente tristeza alimentada a risas se encuentra eternizada en Cuba al interior de su cámara fotográfica del museo de Santa Clara, su delantal verde, su traje de combate blanco, su trabajo comunitario plataforma de su conversar político, su poner los pies allí donde echaba a andar sus palabras.
Es sabido que a Ernesto no podían cerrarle los ojos después de asesinado. ¿Habrá sido quizá por tan insaciable de mundo, por tan pendiente de vida? Con Guevara se fueron por siempre los alumnos y la maestra, pues nunca más quisieron volver a la escuela luego de que Estados Unidos lo eternizara de un disparo. Antes de que la noche se haga eterna, sacaron a pasear su cuerpo en helicóptero por el aire de Valle Grande colgado de una soga. El mundo debía saber quien manda. En el monte se achicó la primavera. Frente al águila los pájaros guardaron su vuelo.     
Cristina, morocha delgada de piernas y de cara, de pollera rosa y blusa blanca, habla para adentro y es necesario preguntarle dos veces para comprender qué dice y sólo entonces saca las palabras del estómago una vez que pudo apartarlas del hambre. Mete la mano de la timidez en el bolsillo y las ofrece junto a la llave de este lugar donde al entrar, la muerte del hombre está sentada en una silla. Dijo entonces algo así: 

"cuando llegó junto a los otros amigos bajaron por aquella pendiente y entraron bailando “El gato negro” y a la noche hicieron una parrillada para todos. Durante el tiempo que el Che estuvo aquí me dio la mamadera y le salvó a mi hermana del dengue. Después secuestró a mi tío para que no los delataran, pero mi madre dijo que no les iba a cocinar si lo tenían así y entonces lo soltaron. Fue por aquella montaña que llegó el ejército y así fue que bajaron para La cañada del Churo donde los sorprendieron y en esa silla que ven ahí lo fusilaron".     

 
Hace apenas unos días como cada 14 de Junio, el Che levantó una vez más la mano semidesnudo y abandonado, lejos por siempre de su mujer y de sus hijos. Él está clavado en las muñecas de los cubanos. La madera distinta con que están hechos, se puede oír cuando abren la boca. Cuba es una extrañaisla donde tener dinero te coloca fuera de la sociedad y el no tenerlo te integra. No busques en sus calles una sola publicidad. Una intuición hipotética puede caer en el exacerbo de afirmar que Cuba logró reducir al máximo el egoísmo y el individualismo que caracteriza al hombre por naturaleza; fundó una opción de vivir única dentro del mundo carnívoro que la rodea y con la equivocada y pobre ilusión de ser imitada. Se encuentra cercada de la mayor de las violencias ejercidas llamado consumismo. Allí está Cuba observada, monitoreada, juzgada y apartada por un capitalismo a la espera de que se equivoque con el objetivo de ocultar sus propias miserias.


Desarroparse de lo material lo condujo a Guevara blindarse de humildad. En el mousoleo bajo tierra donde no descansan sus restos, y bajo la bandera de metal que sostiene Guevara en su monumento, por las tardes el viento caliente sopla imponente su canción de silencio. Allí puede leerse la última carta escrita a Fidel Castro, “no dejo casa alguna a mi mujer y a mis hijos, estoy seguro que el Estado que construimos sabrá encargarse de esto.” Luego, se fue para quedarse. Para estar sin estar. Se encuentra sentado a la izquierda de una opción política que todavía nos aguarda. La de un país donde no haya un niño que pida una moneda.   

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