martes, 6 de septiembre de 2011

Miedos varios





No es fácil sobrevolar la palabra miedo sin apichonarse en otras tales como ausencia, soledad, vejez, oscuridad, futuro, Dios y el cuco.  Este escribirlos no es mas que un intento tímido por espantarlos. Algunos, innombrables, son delicados como mariposas; otros, no obstante, aparentan ser incomprensibles como amor de mujer.

Miedo a la oscuridad. Que los ojos se apaguen y los rastros se pierdan. La temerosa incertidumbre a que la vida no haya servido de nada ni a nadie. No saber a qué se viene a este mundo de tantas carencias y angustias. Pasar como el arroyo; enredado, silencioso y confundido en un planeta de relojes donde la vida dura lo que el aleteo de un pájaro, el suspiro con que el hombre consume su infancia con la cara alegre del triste y esta sonrisa de payaso como un lindo artilugio para distraerse. Distraerse para no pensar equivale a matarse para no morir.
¿Es malo tener presente la evidencia de la muerte?, detenerse de vez en cuando en ella, cada mañana en que uno puede atarse los zapatos, salir al sol y respirar. Hay brillo al despertar, y la piel clara del animal que tengo al lado se respira como un pulmón para la vida.
Miedo a Dios y al cuco. Todos tenemos nuestro Dios y nuestro cuco, o varios. Aunque sus representaciones sean en la mayoría de los casos desencontradas. ¿Cómo es tu cuco? El mio es de estatura media, cabezón y lo cubre enteramente una sábana blanca que no deja ver sus pies, aunque sospecho que los tenga. He escuchado por boca de Claudio, un amigo, que su cuco es peludo. ¿Puede un cuco ser tan bolas tristes de arriesgar a que se lo confunda con el hombre lobo o el hombre gato? A lo mejor, el cuco es peludo cuando no lleva la sábana, vaya Dios a saber.
Sin embargo, la representación de Dios es más unívoca: inmortal, infinito, impalpable, siempre en lo alto y de barba, oculto tras las nubes en actitud contemplativa; o bien en la tierra, entre los vivos, sufriendo y riendo entre rezos atípicos y confesiones ridículas. Porque quizá Dios también creó su propio Dios para dar respuesta a preguntas imposibles, generarse complejos de culpa, un Dios con quien se pelea y también sufre.
Existe un paralelismo entre el miedo al cuco de veinte años atrás  y el que hoy, año 2005 me sujeta a Dios. ¿Quién es quién? Se trata de una inseguridad proverbial acerca de su  existencia, y se puede encontrar en la falsa indefensión de aquel entonces la respuesta. Dios presente en su grandeza, una sobredimensionada máquina productora de duda infantil acerca de su existencia y las visitas los domingos a misa para encontrarse con imágenes cultuales que potenciaban el terror  y mas tarde causaron risa, germen de desconfianza; sin embargo, la ignorancia o falta de indicios no siempre se traduce en olvido. Quizá el miedo sea esta ausencia misma de Dios y es posible pensar, con el escepticismo que nubla el cielo interpretativo, que uno de los móviles y fundamentos de la existencia de Dios es el miedo, el miedo al castigo más precisamente; porque todo lo puede y lo ve sin ser visto y esta cualidad sobrenatural asusta salvo que en él no crea. Dios, como compañía superadora de cualquier miedo, acompaña pero también a veces se pasa y empuja. Dios es el Gran Cuco.
Temer a Dios como de chico temía al cuco asusta, porque se supone que Dios debería estar para ayudar yno para asustar. El recurso del miedo en relación con Dios además de ser una ventaja de los pastores sobre sus corderos es producto de la fuerza y el poder  sobredimensionado que se le atribuye. La inercia por la que los hombres dinamizan su voluntad no debería estar ligada a ningún Dios sino al hombre en sí. Ligarse a una fuerza impalpable, no mortal, salva al hombre de la vida hasta que muera al tiempo que lo aleja de los vivos.
La idea de Dios se ha convertido en un puñado de excusas al punto que cuando no ha servido para hacer temer a un semejante ha sido funcional al temor sobre sí mismo, la culpabilización de sus actos y de la  propia libertad. Así y todo, lo importante no es si Dios existe o no existe, sino el concepto que se tiene de Dios y la práctica correspondiente a tal idea. De echo, el poder consiste en tener la libertad el hombre para mediar a Dios en miras a justificar lo que quiera. El poder es una cualidad humana y la substancia de Dios. Entonces, ¿por qué Dios? Para perder el miedo y tenerlo al mismo tiempo, para regularlo o sea. A pesar de este silogismo Dios, poder, miedo y Dios, poder, miedo, no caeremos en la atribución marxista de  afirmar que el hombre cuando más deposita en Dios menos deja para sí mismo, ni en la soberbia universitaria que niega las creencias populares  al decir "Dios no existe" por tener cinco herramientas teóricas para destruirlo porque, lo que importa al fin, es que en algún punto se objetiviza, materializa. Y entonces existe.
Miedo al futuro. Nada indica que el mundo cuidará de nuestros hijos cuando no estemos. en la tierra. En consecuencia, el pensamiento se encuentra signado por la idea de que egoísmo y la avaricia han hecho del planeta un espacio inhabitable más allá de los confines inmediatos. A medida que crezco, la inquietud por la historia del pasado cede espacio a la preocupación por la narración del futuro. Y no nos veo respirando bajo la piel de los que vendrán.
Hay la esperanza de torcer la realidad desde esta hoja con la facilidad con que se retuercen las tripas; es de papel por fuera y venas por dentro. La bandera asesinando la tierra y la birome lastimando el ombligo. Tantos niños de cuerpos blandos como el amor alumbrados por soles oscuros son un signo de que el final se precipita, y una boca grande y oscura nos traga de a poquito. Y seguimos sin poder encontrar la forma, la palabra, la imagen que sensibilice a los que tuercen la manija. Entonces el terror, el cuco, Dios, se acercan a la certeza de que vivimos en mundos distintos, enfrentados, asechados por enemigos. Si esta hoja no fuera de papel sino de carne sangrada… o una bala siquiera, que imponga de una vez por todas otro clima y otro espíritu.
Miedo a la vejez y a la soledad. ¡Consumirse como un cigarrillo hasta apagarse! Marchitas las ganas, floreado en canas y la cama como una palma tendida. La piel apretada contra los huesos flacos y los perros, adivinando su inexcusable compañía ladrando a la soledad; solo, fustigado con las sienes ahuecadas, apretando la mirada sobrevolando aquel recuerdo de el viejo, viejo y este estirar la mano una y otra vez sin tocarte. ¿Qué se cifraba en el canto aquel pájaro en la tarde gris? ¿Qué palabra escondía la mariposa entre sus alas hoy deshechas? Viéndonos de lejos los ángeles se ruborizaban cuando no sabíamos, éramos jóvenes. Hace apenas un tiempo la desnudez latía en un beso, dos soledades el amor había encontrado y hoy...
El miedo a pasar el cuerpo por este mundo que es nuestro cuerpo, cuerpo al que la palabra amor le quedó chica y la angustia enormemente grande. Y la vida vivida desvividamente a todo pedal, como corriendo en contra de esta ventana que nos quiere de testigo de este mundo ancho, pequeño y asesino. Y las palabras, el miedo a olvidar las palabras y los nombres que nos vuelvan nuevamente jóvenes; y esos amigos, desplumados soñadores, bajo qué apretada tierra de qué triste pueblo dormirán mañana. Y el silencio del escribir desde este silencio de espera, de silla de madera.

                                                                                                       2005

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