Los enamorados invisibles y el sueño del fin del mundo
Con hilachas de corazón en las encías con semillas de flores en los
huesos, los enamorados invisibles mueren de pie como los dientes de la calavera.
Estrangulan con lazos de piel las estrellas cuando luego del trabajo el barco
de la calle se convierte en un colchón sin almohada. Cortan la respiración de la
noche mientras el reloj del cosmos brilla para ellos a años luz de las horas
comunes, leen poemas en los ojos de los cuervos y el ciclo de los corales en el
ombligo de los peces, o arrancan las plumas de los niños que fueron con los
dedos de los pies. Así crecen los pétalos de las flores que siempre serán,
mientras trazan raíces de arena a orillas del mar al arrastrar sus sábanas
fabricadas con el polvo de la luna.
Los enamorados invisibles odian algún pariente insista llevarlos en
carro a casa porque les gusta dar asco de cómo se besan en la parada del
colectivo. Es ahora porque el mañana no existe cuando se marean bajo los árboles
y los pájaros galopan por las ramas asustados por tanta primavera, yes de noche
cuando se besan en el mar con el agua hasta el pecho bajo la lluvia, se ríen con
la curva de los ojos, porque el deseo es una recta sin tiempo y las bocas dos
cuencos de silencio donde cualquier palabra que interrumpa el beso es ridícula.Embriagados
de espuma en rincones azules de verdes bahías, los enamorados invisibles levantan espejos
a su alrededor en el país donde se recuesten. Su pueblo está situado en la
provincia del no recuerdo cuando nacieron ni fue que murieron, y su patria es
una cruz clavada en la lengua del beso eterno. En su cuarto del tamaño de una
caja de fósforos guardan las lenguas y la cruz que utilizan de llave para abrir
los besos. Tejen acordes con las musarañas de sus dedos y luego de la séptima
nota si, gimen una octava por supuesto, convencidos de que la respiración es
una caja musical. Al sonreír, rodeados de camas vacías oxidadas por las horas
infinitas, suena un saxo junto a unas risas lastimosas de ángeles negros y
borrachos que habitan el patio naranja donde los cocos de las palmeras se
apagan con la perilla de la luz.
Los enamorados invisibles duermen desnudos sobre un pañuelo lleno de
mocos y de lágrimas. Saborean el final en la dramaturgia del instante. Duermen
con el ojo del estómago despierto y observan el sueño del fin del mundo por la
cerradura del abrazo. Para los enamorados invisibles el sueño del fin del mundo es no renunciar a respirar a pesar de cada
vez menos bosques en el viento. Es soñar en el cielo con tener hijos pero
también sentir con los pies en la tierra qué hijos se les está dejando al
planeta. Si de plástico o madera.
Son categóricos en creer que la política sin arte es una espada
desafilada y el arte sin política una guitarra desafinada. Uno lejos del otro,
se cortan las venas con alas de mariposa por defender contradicciones, al
hablar son más interrogativos que propositivos, y resuelven sus quejas
poniéndole el pecho a las palabras si es necesario lejos de casa. Se lanzan al
sol antes que al verbo. Su pasión, consiste en desidealizar ideas y suicidarse
ante la duda. Y así pasan meses entre los hombres y las mujeres, de barrio
en barrio, de mesa en mesa, hipotetizan
sobre el motivo del precio del pan, o detenidos en el bullicio de la tarde,
cruzan variables que expliquen cómo es posible en esta esquina de arena la
tristeza se muera de la risa.
Ya dijimos los enamorados invisibles se alimentan de polvo y distancia
más nunca de olvido. Sedientos de curiosidad indomable, se van queriendo
quedarse. Cargan con semillas de flores en los huesos y mueren de pie como los
dientes de la calavera, estrangulan con lazos de piel las estrellas desde los barcos
en que convierten las camas, e izan sábanas frente a oleadas de grillos entre
la sal y la penumbra, se ríen de la incomprensión de los abogados por ausencia
de metáfora y observan a los seres humanos desde el infierno paradisíaco desnudos
y en cuatro patas en que viven. Su trabajo es duplicar ríos de sangre en los cristales
y se suicidan por la mañana con el azúcar dentro del café o se evaporan con el
primer cigarrillo. Con tan sólo un recuerdo pecan de memoria. Por las noches,
hermanos padres y amigos lejanos laten en cada movimiento de cintura. Quien los
observe parado en el pezón izquierdo de la luna, verá que los enamorados
invisibles son una luciérnaga invencible. Ocurre que los enamorados invisibles no
hacen el amor, deshacen el odio con ternura. Luego salen a la calle para
perderse entre fantasmas y otros invisibles.
La ternura visibiliza... Ya los enamorados no son tan invisibles.
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