miércoles, 12 de octubre de 2011

Trasplantar




Antes de cortar las flores del jardín con los dedos de los pies, la tía Paz se pintaba las uñas a tono con los pétalos cuando los sapos croaban en sol menor al ritmo de las luciérnagas. En su patio de humedad, veía el hacha de la noche caer sobre la cola de la tarde para llevarse a la cama el atardecer apretado entre las arrugas de las manos. Las rosas, decía, al ser cortadas con tijera sufren una leve contracción por el frío del metal y no así por la tibia violencia de las manos; de la misma manera cuando se las trasplanta, el rosal estalla en sangre y aroma a vino si se canta mientras tanto, pero retrasa el parto del color y el tallo del atardecer si el trabajo se hace en silencio.
La vieja llevaba los pies metidos en unos zapatitos negros similar a dos escarabajos de tan lustrados y que ajustaba con una hebilla por sobre el empeinde, de forma que parecía llevaba dos albóndigas debajo del cancán. ¿Te conté la historia querida de...? Si tía. Bueno, no importa, te la cuento otra vez. Y mudaba personas de tiempo y lugar como si se tratara de plantas. En el desorden de su discurso, la vieja jodida de su madre como toda vieja que había pasado por la guerra, era una mujer brillante. Ahora, ¿se puede negar un discurso fundamentado en la experiencia? Si. El haber vivido otorga la libertad de hablar, per o no de torcer la interpretación. Si esto no fuese así existirían motivos para florearse con palabras frente al otro, estrategia condenada al fracaso dado que nuestra imagen nunca se duplicará intacta en su interior sino que se deforma en relación al espejo sobrecargado de objetos, figuras, vivencias, sueños, alegrías y memorias que se lleva dentro. La coherencia en el discurso depende mas de la posibilidad para simplificar la palabra que del nivel de complejidad para el asombro. Por este motivo, mediante el evidente desgaste de la palabra “amor”, cuánto mejor puede resultar una invitación a observar las estrellas en silencio bajo las sombras que surcarán mañana otras tierras oscureciendo cementerios, refrescando ríos y molinos, volviendo de ceniza tu pollera, tus manos, las mariposas y los rostros, convirtiendo las golondrinas en murciélagos, la sangre en olivos y el corazón en una casa incendiada con el esqueleto de tu compañía bailando dentro, por no trasplantar en cambio las palabras al campo académico donde todo se enfría y escribir, por no poder hablarte al oído, que por exceso de saturación emocional la inversión de la piel ha constituido el cielo vaporoso que te invito a observar con la poesía rigurosa y metódica de quienes desertan de la facultad de astronomía.
Estas palabras que por su baja expresividad pueden irritar lejos de dar con lo buscado (¿la planta de tus pies cargando con el césped de tu infancia?, ¿la trasplantación al patio de mi casa del faro que te encandiló de niña?, ¿el objeto perdido en la selva de tu cajón que ayer encontré debajo de la cama?), no pueden progresar hacia un esclarecimiento o evolución si no logran pronto cambiar de tierra. Las lombrices californianas, las mas buscadas para la renovación de la tierra y que quizá también purgen de las malas tintas y palabras, se acercan bastante al ejercicio de resistencia en que caemos las personas que después de tragar desperdicios de otros sin límite, nos encontramos asqueadas para cuando logramos dar con tierra para echarnos a descansar. No es difícil adivinar en una sonrisa o una mirada las malezas que esconde el corazón, y no todos podemos abrir la puerta del fondo del jardín para que entre el geranio.
Si la corteza terrestre no ha terminado de elevarse o deprimirse bajo nuestros pies; las cadenas de montañas se están elevando todavía en nuestro horizonte; el mismo mundo orgánico no cesa en la superficie de su gran ramaje de hacer germinar nuevos capullos; lo que una lentitud extrema llega a realizar disimulando un movimiento, ¿porqué no lo realizaría asímismo una extrema pequeñez? Sin embargo, nada parece indicar que suceda así.” ¿Y qué hay de la trasplantación espontánea, autónoma? Las personas nos movemos para no secarnos, o nos morirnos para no pasearnos secos. Hay un tiempo para la flor, eso es seguro, y también para romper el carozo y multiplicar la semilla.
¿Qué hay de la lluvia creciendo en el bosque del cielo?, ¿dónde comienza el brote de una gota? ¿Cómo acercarse a la flor sin que pierda su color?, ¿cómo pasar por las personas sin sonar a palo hueco?, ¿cómo tender una madreselva de palabras sobre lo innombrable, una enredadera de caricias sobre lo intocable? Hay plantas que mueren al ser trasplantadas y hay personas que necesitan cambiar de tierra para seguir respirando. Y así como hoy se puede trasplantar de ideología sin trasplantar el alma y se acabó lo de ¿qué hiciste anoche? Fui al cine con mi novia, ¿cómo que fuiste al cine con tu novia?, ¡el capitalismo no descansa!, y no porque se pueda estar por fuera de lo ideológico, lo cual convertiría al hombre en parte de una logia de lo idio, sino porque en ocasiones se lo utiliza retóricamente como instrumento para ocultar la ignoracia mientras se reproduce materialmente su adverso, siendo el resultado un discurso adornado de amapolas y violetas que florece en culos de perro.
Ahora, ¿es posible racionalizar la piel? ¿Se puede trasplantar un discurso acerca del déficit de la balanza de pagos en un discurso al interior del ombligo o en la antelación del bello púbico sin perder la coherencia? Lamentablemente no. Las claves para un elaboración de un tratado metafísico no pueden residir en el olor femenino que destilan las estrellas de mar. Además de estar partido entre la palabra y la acción, el ser humano y no ser planta o pájaro, se divide supuestamente en líneas cardinales que, superando el berretismoideológicototalitario que coloca a la izquierda en un plano netamente emocional y a la derecha en otro estrictamente racional, lo lleva a inclinar la cabeza en una u otra dirección cuando debe resolver un problema. Así se puede imaginar que la planta de habas haya sido hachada por el lado izquierdo para aislar la tierra del cielo. Por el trozo que se trasplantó bajo una nube desde la cual se supone descienden los ángeles, el cielo arrojó hasta ahora una sola mujer. Su nombre es Mariana.
El culto Mariano es el fundamento del machismo por adoración e idealización a María, lo cual convierte a Mariana en un ser resbaladizo, volátil, huidizo. Quizá esto la explique a pesar de que ella lo niegue o desconozca. El has de los tontos anda brindando a Mariana su tierra para echar raíces sin conseguir siquiera hasta el momento que crezca un tomate, viendo así que trasplantar a Mariana de esta condición no es fácil.
La vida y actuación de María se conoce por los Evangelios de la infancia. De acuerdo a estos documentos, en el momento de la Anunciación en su casa de Nazaret estaba desposada con un varón llamado José. Sin embargo, por antípodas de la historia, el destino de quien persiga a Mariana parece estar condenado a deshojar la soledad. En relación a la teología cristiana, a lo largo de la tradición católica se designa a María con el simple título de Madre de Jesús, pero su designación de Madre de Dios se encuentra defendida por San Hipólito y definida en el Concilio de Éfiso por razón de la unión hipostática del hijo de Dios con la naturaleza humana. Esta última designación es defendida por  quienes en vano la esperan al despertar y antes de acostarse, con la diferencia que el culto que profesa a Mariana no consiste en manifestaciones exteriores tales como sacrificios, procesiones, cantos u ofrendas, sino en malescribir poemas en su memoria.
Mari también es la ciudad antigua en la orilla derecha del Éufrates, actual Tell Hariri, Siria, cerca de la frontera con Irak. Las excavaciones realizadas pusieron al descubierto materiales arqueológicos muy importantes para el estudio de la cultura mesopotámica. La etapa mas brillante de la civilización de Mari se desarrolló durante el período presargónico (- III milenio), y los restos arqueológicos que han aportado noticias sobre este momento son exclusivamente santuarios. 
Las aguas que pasan por Mari hacen crecer el pelo, las uñas, las plantas y el amor. Hasta su orilla se acercan en la noche los torturados por la guerra de Irak, a quienes los norteamericanos se divierten arrancando las uñas y el cabello, y las mujeres violadas se sientan en la orilla a curar su sexo, o entierran en su barro a los niños destrozados para que vuelvan a nacer a sabiendas que la trasplantación supone la posibilidad de que puedan renacer en otro país. Pero el aprecio sincero traza raíces mas profundas que el deseo o el sentido de propiedad sobre los cuerpos y personas, y quien entierre el nombre de la mujer que uno espera cavando un pozo y arrojando allí su nombre, debe saber que las aguas de Mari danzan con independencia del deseo y que el único sueño al que hace caso es su propio sueño.
                                                                                                       

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